Opinión

Por qué perdió el debate

A Pedro Sánchez le perdió la arrogancia. La “hybris” que, según creían los griegos del período clásico, perdía a los hombres y era castigada por los dioses. Llegó al cara a cara con Alberto Núñez Feijóo con la idea de que iba a enfrentarse a un rival corto de ideas, ignaro en materia económica y escaso de recursos dialécticos, tal y como había sido retratado por los propagandistas de la causa sanchista. Un provinciano al que le quedaba grande la política que se practica en la capital. Una caricatura repetida una y otra vez por algunas de sus ministras, sobre todo Yolanda Díaz, Nadia Calviño y la portavoz Isabel Rodríguez. Acabó creyendo que la cosa sería como en el Senado, donde Feijóo disponía de quince minutos y a él reglamento le permitía barra libre de tiempo.

Tan endiosado por el exceso de culto a la personalidad, tan acostumbrado a ser el epicentro de todo que tardó en entender que en tiempo de campaña electoral era un candidato, uno más

La templanza de su antagonista le desconcertó y sus apostillas cargadas de ironía le desarbolaron. Fue Sánchez quien sacó a pasear el Falcon llevándose uno de los “zascas” más sonoros de la velada. Porque al final el cara a cara acabó derivando en un intercambio de golpes. Tan endiosado por el exceso de culto a la personalidad, tan acostumbrado a ser el epicentro de todo que tardó en entender que en tiempo de campaña electoral era un candidato, uno más. Tardó en comprender las reglas del debate. Le desconcertó la primera vez que Feijóo le dijo que le dejara hablar. Lo que definitivamente le acabó descomponiendo fue la calma casi ataráxica de Núñez Feijóo. Calma y retranca galaica. Sánchez perdió los nervios a medida que sus intervenciones -por ejemplo en el bloque de los asuntos económicos- eran contestadas una tras otra con datos y más datos.

El cara a cara ha resultado ser el episodio que mejor podía ilustrar las vísperas que apuntan a un cambio de ciclo político

No aclaró el número de parados que se camuflan bajo la etiqueta de fijos discontinuos y quedó la duda de sí había olvidado que fue el Gobierno que presidía Rodríguez Zapatero -Sánchez era diputado- quien congeló las pensiones o lo negó a sabiendas. Lo curioso es que fue él quien llamó mentiroso a Feijóo. Perdió los nervios dejando al descubierto cierto aire de inseguridad, una faceta poco conocida de su personalidad habitualmente robótica. Y perdió el tiempo tratando de identificar a Feijóo con Abascal que no estaba en el debate. Le perdió creer que estaba por encima de su rival. El cara a cara ha resultado ser el episodio que mejor podía ilustrar las vísperas que apuntan a un cambio de ciclo político.

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