Opinión

A la fuerza ahorcan

De los que llegaron a la plana mayor de la Xunta flanqueando a Feijóo ya solo queda él. Por culpa del 23J, Rueda se ha visto abocado a una remodelación de su Gobierno que al final fue mucho más amplia de lo esperado. A la fuerza ahorcan. Feijóo se lleva a Francisco Conde y a Rosa Quintana, dos de los principales puntales del equipo que don Alfonso había heredado de su antecesor y del que decía estar muy satisfecho, con el que trabajaba a gusto, y que no habría modificado, menos a estas alturas de la película, a no ser por razones de fuerza mayor, en este caso porque se lo pidió su jefe, el presidente nacional del PP. De hecho la promoción de Diego Calvo a la vicepresidencia primera y de Angeles Vázquez a la segunda y la de María Jesús Lorenzana a la Consellería de Economía ni urgían, ni estaban en ninguna hoja de ruta, por más previsibles y coherentes que ahora, a toro pasado, puedan parecer. 

Sin Conde y sin Quintana, dos auténticos pesos pesados, la Xunta baja de nivel, al menos de entrada, mientras las dos caras nuevas, fruto de esta crisis sobrevenida, no demuestren su valía. La confianza del presidente es, por ahora, lo único que les avala en su desembarco en San Caetano. La nueva conselleira de Emprego, la ourensana Elena Rivo, que viene del mundo académico y empresarial y tiene un perfil claramente gestor, mientras que el nuevo responsable de Mar, el lugués Alfonso Villares, alcalde de Cervo, es un político pura sangre, con amplia experiencia institucional y de partido. Un birrete y una media boina, dirán algunos. La incorporación de ambos supone también un guiño de Rueda a las provincias de Ourense y Lugo que, sobrerrepresentandas por la ley electoral en vigor, resultan claves para garantizar la hegemonía territorial de los populares.

Rueda echará mucho de menos a Paco Conde y a Rosa Quintana, pero probablemente le duela aún más desprenderse de Pedro Puy, un muy solvente portavoz parlamentario al tiempo que ideólogo, casi el único intelectual en la cúpula del Pepedegá. La labor del sobrino de Fraga en O Hórreo, pastorendo la bancada popular y teniendo a raya a la oposición -con la que sin embargo era muy capaz de entenderse-, al tiempo que generaba discurso, ha permitido primero a Feijóo y después al actual presidente centrarse en las tareas ejecutivas, en la gestión del día a día con las espaldas cubiertas. Feijoo se lleva a Puy para que, entre otros cometidos, le ayude a articular un discurso político y económico coherente, encuadrado en los parámetros del liberalismo conservador y de un autonomismo cuasi federalizante, el que desde sus orígenes predica -más que practica- el PP de Galicia y que Feijóo quiere ofertar al resto de España.

Aunque nunca se sabe, el calado de la “crisis” en la Xunta, con tres ascensos, dos incorporaciones y los previsibles movimientos en los segundos niveles, parece alejar el fantasma de un posible adelanto de las elecciones gallegas al otoño, si Feijóo se acaba instalando en la Moncloa. No tendría sentido rehacer media alineación sólo para el tiempo de descuento. Además, si agota la legislatura, el Gobierno gallego dispone de un año de mandato para sacar adelante algunos de sus proyectos más relevantes, aprovechando el copioso maná de los fondos europeos, que estarán más a su alcance si el Gobierno de España pasa a serle afin. Puede que esa lluvia de millones riegue el terreno para una nueva mayoría absoluta. A fin de cuentas, sería la primera que Rueda podría atribuir a méritos propios. Por ahora gobierna sin el refrendo de las urnas.

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