Opinión

La naturalidad lingüística del Pepedegá

No será en las próximas semanas. Habrá que esperar un tiempo prudencial hasta que la cosa enfríe. Pero no es descartable que a no tardar algún diputado gallego del PP acabe empleando la lengua de Rosalía en el Congreso. Hasta el propio Alfonso Rueda admite abiertamente esa posibilidad en tanto en cuanto el Reglamento de la Cámara lo permita y mientras esté en vigor la polémica reforma aprobada con los votos en contra del grupo popular, encabezado por Alberto Núñez Feijóo. No por ello se apea de su convencimiento de que esta medida impulsada desde el Gobierno y sus socios no responde en realidad a una convicción, sino a una estrategia oportunista con vistas a ganarse el apoyo de las partidos nacionalistas, soberanistas y separatistas de cara a la investidura de Pedro Sánchez. De hecho el PSOE votó hace solo unos meses con PP y Vox en contra de una iniciativa similar a la que ahora ha promovido. 

El actual presidente de la Xunta conoce mejor que nadie a los militantes y a los votantes habituales del Pepedegá. Ingresó en el partido de muy joven, previo paso por las Nuevas Generaciones, y ocupó la Secretaría General durante muchos años. A Rueda no se le escapa que la mayoría de las bases populares, y no sólo del entorno rural, son por origen gallegohablantes. Lo habitual es que en su vida cotidiana se expresen en gallego con total espontaneidad, porque les sale de dentro, porque para ellos es lo natural. Hablar en la lengua materna en este caso no comporta una actitud militante, a diferencia de lo que sucede con los nacionalistas, que hacen del idioma bandera política. Sin embargo, a quienes votan PP en Galicia les suena bien que sus representantes hablen su misma lengua, tal vez porque también así los sienten más cercanos.

Una vez que con el tiempo el empleo de las llamadas lenguas cooficiales en el Congreso se consolide, dentro de un orden y sin salirse de madre, incluso las bases gallegas del PP menos proclives a este escenario acabarán viendo como normal que cualquiera de sus representantes intervenga en gallego en el Congreso o el Senado, como lo hacen en el Parlamento autonómico, aunque paradógicamente la mayoría de ellos y ellas, de sus señorías populares, fuera del hemiciclo y de los actos públicos, sean castellanohablantes. Ni siquiera suelen hablar gallego en la intimidad. En eso PP y PSOE de Galicia se parecen poco a buena parte de sus representados, a esa ciudadanía de a pie a la que, de siempre, la batalla idiomática le resulta indiferente, porque vive su día a día cómodamente instalada en un bilingüismo al que le sobran los adjetivos.

Puede que un diputado del PP usando el gallego no acabe de gustar en la calle Génova. Pero desde los lejanos tiempos de Barreiro, Albor y Fraga, el Partido Popular de Galicia tiene un perfil más centrista y menos españolista que el PP nacional de Aznar, Rajoy, Casado y ahora de Feijóo. En su ADN lleva impreso un galleguismo regionalista que entronca con el pensamiento de Alfredo Brañas. Es un abierto defensor del estado de las autonomías, como quedó acreditado por haber sido el artífice de la construcción y desarrollo del autogobierno gallego a partir de un modelo propio, inspirado sobre todo en Cataluña -también en el País Vasco-, aunque sin la primacía de los elementos identitarios. Alguien adjetivó el autonomismo del PPdeG de pragmático y de utilitarista. A Galicia la autonomía le sentó muy bien. A la vista está que le ha sido muy útil y provechoso decidir muchas cosas por sí misma, autogobernarse. Y sin necesidad de autodeterminarse. Ni de romper con España.

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