Opinión

Un año de rodaje

Alfonso Rueda cumple un año al frente de la Xunta, pero no hay tiempo para celebraciones. El aniversario coincide de lleno con una campaña electoral. Las elecciones municipales vienen a ser su primer test como líder del PP gallego. Aunque no sea candidato y apenas haya intervenido en la “designación” de unos cuantos alcaldables, él también se examina en esta cita con las urnas. No hubo actos conmemorativos. El sucesor de Alberto Núñez Feijóo despachó la efeméride con un lacónico mensaje en sus redes sociales y siguió a lo suyo, recorriendo Galicia, mitineando de aquí para allá y repetiendo la matraca de que el 28-M el voto verdaderamente útil será el que sirva para enseñarle a Pedro Sánchez la puerta de salida y de paso dejarla entreabierta para que en su momento la cruce el de Os Peares. 

Quienes estaban convencidos de que don Alfonso imprimiría a sus cargos institucional y de partido un estilo propio, reconocen hoy que no hay ni va a haber un marcado sello personal, mucho menos una impronta caudillista en su forma de hacer política. Por temperamento y personalidad, tiende al perfil bajo. Además, ni el interesado ni su equipo ven la necesidad de crear una “marca Rueda” como tal. Porque la conoce bien, él confía en la poderosa máquina de ganar elecciones que es el Pepedegá, así como en el indiscutible tirón que tienen en Galicia la siglas del partido, con ADN gallego, fundado por Manuel Fraga, liderado hasta hace poco por Mariano Rajoy y ahora por Núñez Feijóo. La responsabilidad del líder es motivar a los que manejan esa maquinaria.

Jugando con las palabras, con el argot ciclista y con la afición de Rueda al deporte del pedal, desde la oposición le acusan de ir “a rueda” de Feijóo, de ser un mero gregario, un peón de brega, en lugar de actuar como el ambicioso jefe de filas que debería ser en su calidad de presidente de Galicia. Es, dicen, como si pensara que el maillot presidencial no le corresponde o comos si le quedase grande porque no fuera de su talla. Él sin embargo es partidario de ir cubriendo etapas, dando la batalla cuándo y dónde hay que darla, midiendo las fuerzas, procurando no hacer esfuerzos inútiles, marcando de cerca a los rivales, cuidándose de las “pájaras” y con la vista y la cabeza siempre puesta en la meta final, en los Campos Elíseos de las próximas elecciones autonómicas. 

Como ferviente motero que es, muchos esperaban de don Alfonso que de vez en cuando “quemase rueda” para hacerse notar. Deberían saber que no le van las estridencias, ni el ruido por el ruido. Tampoco le gustan los acelerones y los frenazos, ni los caballitos, por muy vistosos que resulten o por mucho que los agradezca la afición. Lo suyo es hacer kilómetros sin sobresaltos a la velocidad que aconseja el itinerario. Nada hay de malo -más bien todo son ventajas- en ir a rebufo del que abre carrera y corta el viento. No se puede ni se debe ir todo el tiempo “gas a fondo”, menos aún cuando se está en periodo de rodaje. Es un riesgo enorme. La prudencia ayuda a la victoria tanto o más que la ambición de ganar. Aunque aparentemente contradictorias, ambas son virtudes indispensables para un piloto ganador.

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