Opinión

Libertad muy provisional

Esta semana que comienza se inicia también el retorno a la libertad. Vigilada y quizá, si los datos esperanzadores de retroceso del maldito virus se truncasen, provisional. Este domingo alcancé a atisbar los primeros paseos de los niños con su padre, su madre o quien fuese, sus carreras alborozadas. El martes nos dirá algo más el presidente acerca de nuestra situación cuasi penitenciaria, penitente. Probablemente el sábado próximo podremos salir de la mazmorra domiciliaria, de uno en uno, quizá con nuestro compañero/a en la vida, a dar un paseíto. Para alguno, será su primera salida en casi cincuenta días. El inicio. Después, el control se hará muy difícil: necesitamos aspirar la libertad a enormes bocanadas.

Lo importante es que mañana mismo comenzará algo que ya deberíamos haber iniciado, pero que el caos de cada día nos ha impedido hacer: pensar a fondo, reflexionar, debatir, sobre las consecuencias que todo esto va a tener en nuestras vidas futuras. Comenzando por el propio concepto de libertad, de libertades, que tan cercenadas nos han sido, dicen que por nuestro bien: temo que mi percepción sobre las libertades, que no se limitan al paseíto del sábado, claro, es muy distinta de la de aquellos que quieren regular, y regulan, a veces tan deficientemente, nuestras existencias. Y ahora hay que pedir una ampliación respecto de lo que teníamos antes del día fatal de la declaración del estado de alarma.

“Libertad, ¿para qué? Pues para ser libres”, decían los ingeniosos de mayo del 68; sí, aquellos que proclamaban “seamos realistas, pidamos lo imposible”, los que sabían que tras los adoquines, esos que ahora vamos a poder volver pisar, está la inmensa arena que lleva a la playa.

Qué quiere que le diga: me preocupó que la primera medida oficial que se tomó para atajar los estragos del virus fuese la de cerrar el Parlamento. Luego hubo que reabrirlo con las cautelas que se sabe, porque alguien, que no eran precisamente los responsables del Legislativo, entendió que, sin Parlamento, no hay democracia. Más tarde vino todo aquello de las ruedas de prensa telemáticas, la hibernación del poder judicial. El fin de la separación de poderes de Montesquieu, en suma. Me preocupa mucho más este restablecimiento que saber si, a partir del sábado, voy a poder andar durante un kilómetro o me permitirán hacerlo kilómetro y medio, so pena de multa si me extralimito.

Sospecho que va a haber, ahora, un estallido de alborozos, pero también de voces indignadas. Muchas cosas no se han hecho bien y ha habido que esperar para gritarlo: la crítica no sentaba bien en la Moncloa. Ni ahora, ni antes, ni nunca. Pero quizá haya llegado el momento de construir una nueva política, porque la que hemos mantenido hasta ahora no nos sirve, y la tragedia ha servido para mostrárnoslo. Me gustaría creer que quienes nos representan han entendido el mensaje: ahora no toca tanto la lucha política como la cooperación para restaurar un país asustado, amedrentado, que abandona la seguridad relativa de los balcones para echarse a la no menos relativa inseguridad de las calles, aún desiertas, y a la primavera, que rompe en mayo, bella como jamás.

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