Opinión

El futuro de IU

La irrupción de Podemos como una de las tres principales fuerzas políticas del país ha convulsionado el mapa político por la izquierda. Que la formación de Pablo Iglesias diga que quiere ocupar la centralidad del tablero político es una declaración de parte que no se ajusta a la realidad. Al menos en los discursos y en la escenografía que acompañó la manifestación del "Día del Cambio" que se celebró el pasado sábado en Madrid, en la que las personas que participaron podrían ser futuros votantes de la formación o simplemente indignados con la políticas de austeridad y los recortes que pueden dar su voto a otras formaciones de izquierda, de la clásica a la radical, pero no al centro derecha. Si Pablo Iglesias hubiera realizado alguna alusión a la ‘centralidad’ muchos de los asistentes habrían abandonado la Puerta del Sol madrileña y sus aledaños de manera inmediata.

Salvo que Podemos llegara a ser el partido más votado en las elecciones generales, una hipótesis que prevén algunos estudios demoscópicos ahora, a diez meses de su celebración, la fractura en la izquierda será perjudicial para el conjunto de las formaciones que la integran, porque la apuesta de la formación de Pablo Iglesias es a todo o nada, con una víctima política clara –IU- y otra electoral –PSOE-.

Las encuestas dicen que Podemos lamina a Izquierda Unida, que en las pasadas elecciones europeas superó en dos puntos a Podemos. Nueve meses después, Podemos se sitúa por encima del 20% en todas las encuestas mientras IU se mueve en el entorno del 5%. Es este desastre electoral lo que convierte a IU en su principal víctima política a la que ha inducido a una crisis interna, porque el partido de Pablo Iglesias ha conseguido en pocos meses lo que ellos no consiguieron en una treintena de años, ser un movimiento político transversal capaz de disputar la primogenitura de la izquierda al PSOE y dar el sorpasso que pretendía Julio Anguita.

De ahí la disposición del nuevo líder de IU, Alberto Garzón, a diluir las siglas de IU en coaliciones más amplias ante los procesos electorales que vienen para mantener su identidad y hacer valer su peso organizativo, y también para ganar tiempo y ver cómo resuelve Podemos las cuestiones relacionadas con la gobernabilidad en las comunidades autónomas y tratar de convencer a Pablo Iglesias y su equipo para lograr una formación de unidad popular para las generales. Pero Podemos quiere presentarse en solitario en lugar de comparecer junto al partido del que proceden, quizá porque no les hayan visto suficiente interés en dejar de ser muleta de los dos grandes partidos, en Andalucía o Extremadura, por ejemplo -y en sentido opuesto-, o en Cataluña donde ICV sigue las directrices de Artur Mas.

Con las encuestas en contra, con la organización dividida entre quienes quieren mantener sus señas de identidad y aquellos que buscan la convergencia si llega el caso prescindiendo de las siglas y con una de sus tradicionales crisis internas en Madrid –uno de sus principales caladeros de votos- y con una doble dirección por el asunto de las tarjetas black de Cajamadrid y por la situación de su candidata autonómica, Tania Sánchez, IU se convierte en un caso de estudio para determinar por qué con los mismos mimbres un mensaje cala y aglutina y otro no.

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