Opinión

URKULLU, LEHENDAKARI

A la segunda, como estaba previsto, Iñigo Urkullu ha sido elegido lehendakari en sustitución del socialista Patxi López, que lo fue durante una legislatura que ha servido para demostrar que los territorios históricos pueden ser gobernados sin traumas por partidos no nacionalistas.


La normalidad que ha supuesto la vuelta a las urnas de EH Bildu ?no se puede mantener indefinidamente a un cuarto de la población vasca fuera de la vida política y más cuando han forzado el camino a la desaparición de la violencia terrorista, aunque aún queda muchísimo camino que recorrer- obligará a Urkullu, que se ha decantado por la opción del gobierno en minoría (27 de 75 escaños), a jugar con la geometría variable para llevar adelante su proyecto político, con los riesgos que ello conlleva, aunque sin duda debe propiciar el pacto y el consenso sobre las cuestiones más delicadas, pues si, a efectos nacionalistas, son mayoría el número de representantes abertzales ?patriotas- (PNV-EH Bildu), en la división izquierda-derecha a efectos económicos y sociales (PNV-PP, por un lado; EH Bildu-PSE, por otro), las fuerzas están perfectamente equilibradas, 37 escaños cada uno de los grupos, con Gorka Maneiro de UPyD como árbitro, aunque ya ha mostrado su disposición a 'arrimar el hombro' ?la misma expresión que utilizó Basagoiti- si se trata de ayudar a salir de la crisis.


La coincidencia de los dos procesos de formación de nuevo gobierno en Cataluña y País Vasco acentúa las similitudes y diferencia de ambos procesos. Urkullu ha puesto sordina, de momento, al debate territorial, y ha dejado que el peso del enfrentamiento con el Estado sobre la cuestión territorial recaiga en Artur Mas, quien ha puesto fecha aproximada al referéndum independentista y que para gobernar con comodidad ha caído como rehén de ERC, que a su vez está dispuesta a ceder en algunos de sus planteamientos económicos. Habrá que ver hasta qué punto y cuándo el lehendakari desempolva este asunto, y si la negociación sobre el 'Nuevo Estatus de futuro para Euskadi', termina ocupando el lugar central de sus políticas, o dedica atención preferente a resolver la situación económica. Porque plan soberanista habrá, aunque se ha comprometido en su discurso de investidura a que se realice 'sobre una base acordada y compartida' por todas las sensibilidades políticas representadas en el Parlamento vasco, que pone una cierta distancia con los planes soberanistas de Ibarretxe, aunque se fundamente igualmente en el derecho a decidir.


Junto a la reactivación económica y el proyecto económico del PNV que se conocerá con la redacción de los próximos presupuestos autonómicos que han de estar listos para el mes de marzo y que darán idea de los recortes que aplicara el nuevo ejecutivo vasco y el debate identitario, y relacionado de algún modo con él, queda la tercera pata de las prioridades enunciadas por Urkullu, la consolidación de la paz y la convivencia, con la esperanza de que esta sea la legislatura de la desaparición total de ETA y de la confección del relato de lo que ha ocurrido en los últimos cincuenta años con reconocimiento y respeto a las víctimas, un asunto en el que Urkullu ha marcado de cerca a EH Bildu.


Acostumbrados como estamos a que las buenas palabras de los discursos de investidura se las lleve el viento tan pronto como se pronuncian, es deseable que en esta ocasión Iñigo Urkullu no se olvide de ellas y tenga éxito en su pretensión de lograr que 'el acuerdo entre diferentes prospere, que el acuerdo de convivencia se instale entre los vascos', y que haga olvidar etapas pasadas.

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