Opinión

La reforma del Código Penal pretendida, peor que la amnistía

La confesión del doctor Pedro Sánchez, apenas unas horas después de negar que tal evento figurara en su agenda, de que espera reunirse muchas veces en lo venidero con el fugado Puigdemont y el indultado Junqueras para la “normalización”: o sea, recoger el fruto del perdón al que delinque ya no sorprende. Hay que fijarse en el malabarismo de las palabras. Cuando dijo que no estaba en su agenda encontrarse con el de Junts se puede interpretar en que no estaba en sus planes, sin más, el convivio con el que prometiera traer ante los jueces, que por algo mandaba en el fiscal. Y es que no lo interpretamos bien. Sus palabras para un oyente ordinario parecen “dar una interpretación forzada, errónea, alterada o falsa a palabras o acontecimientos o distorsionar, modificar, falsear, deformar, desfigurar, malinterpretar, manipular, trastocar, trabucar, trastornar, confundir, retorcer, enmarañar o enredar”.

Estos malabarismos de Sánchez evidencian aquella famosa cita de François de la Rochefoucauld de que “Para el hombre ambicioso, el buen éxito disculpa la ilegitimidad de los medios”. Aunque todavía es mejor la más próxima a propósito de aquello de hacer de la necesidad, virtud: “La necesidad disuelve como azucarillos los más arraigados principios morales”, que dijera Fernando Gamboa González. Aunque nada supera la de nuestro Enrique Javier Poncela de que “Para ser moral basta proponértelo; para ser inmoral hay que poseer condiciones especiales”. Así que el otro gran asunto en marcha, ya que lo de la amnistía sigue su curso previsto, es el cumplimiento por parte de Sánchez de los flecos diversos pendientes de cumplir de las imposiciones de sus socios de Gobierno., como es evidente.

El abogado de los narcoterroristas colombianos, secretario general del PCE, Enrique Satiago, en esta función es el tenor mayor de la propuesta, vieja aspiración de los compañeros de viaje del doctor Sánchez a una nueva reforma del Código Penal para retirar del mismo el enaltecimiento del terrorismo y las injurias a la Corona y los símbolos nacionales, cuya vieja proposición de Ley de Sumar es pertinaz empeño, esta vez admitido a trámite de nuevo. En esta ocasión, el asunto tiene más perfiles favorables. En estos de despenalizar la exaltación del terrorismo el PSOE parece tener ciertas reservas y menos dudas en el resto del lote con respecto a la Corona o los símbolos nacionales. Sánchez se abre ahora a debatir la propuesta de su socio principal como es debido. El abogado de los narcoterroristas invoca no sé qué de estándares democráticos para que los tuiteros puedan alabar a ETA o los ahora delitos de ofensa a los sentimientos religiosos y de injurias al Gobierno, a los miembros del poder judicial, al Ejército.

Y ante este panorama viene a cuento aquello que dijera Cicerón: “Cuando un pueblo está decidido a ser esclavo y se halla degradado, es una locura tratar de animar de nuevo en él el espíritu de orgullo y honor, de libertad y amor a las leyes, pues abraza con entusiasmo sus cadenas con tal que lo alimenten sin ningún esfuerzo por su parte”. Decía Winston Churchill que lo peor de algunos dirigentes y su amoralidad permanente ya no es su existencia, o que tenga seguidores, sino que tenga quienes lo justifiquen.

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