Opinión

El criterio y la ventrílocua

Nada más importante para pensar bien que ser capaz de penetrar en las alteraciones que producen en nuestro carácter los acontecimientos del mundo que nos rodea. Esta es la razón de que nos sea tan difícil sobreponernos a nuestra época y prepararnos para los retos del futuro. A los más sensibles les ciegan las pasiones, produciéndose una influencia negativa en el ya difícil equilibrio psicosomático, acercándonos a ráfagas depresivas que marcan la relación con la sociedad. Los más afortunados tienen la suerte de tener amigos cuyas cualidades empáticas les hacen compartir los momentos en que nos hundimos en cavilosas reflexiones que enturbian el entendimiento, propiciando la angustia existencial. El viejo milenario podía presumir de tener un considerable grupo de personas con el que compartir los avatares de la vida, a pesar de la diligencia cotidiana de la Parca.

La victoria, sin paliativos, de Isabel Ayuso en las elecciones de la comunidad madrileña estimula a hacer pública la siguiente reflexión: creo que la presidenta ha ejercido un despotismo hipócrita en el nombre de la ley, alegando un explícito quebranto de la misma en un teórico beneficio de los ciudadanos en el momento álgido de la pandemia. Instintivamente, aunque sus defensores digan que fue racionalmente, Ayuso ha quebrantado la ley confesándolo paladinamente, con la disculpa de garantizar la subsistencia de la mayoría de ciudadanos afectados en sus intereses económicos, el necesario esparcimiento y, a su juicio, el derecho inalienable a la libertad puestas en peligro por las estrictas medidas dictadas por el Gobierno de la Nación. Para no respetar el fondo de la ley ha ejercitado una estudiada ambigüedad de la que ha sacado beneficio electoral a pesar de los muertos e infectados de su comunidad, que tiene los peores datos de todo el país. Nunca la insensatez ha tenido tanto éxito.

En el Partido Socialista ha habido errores de bulto que solo se explican por un manifiesto sello de pasión democrática exteriorizado en el discurso ético de Gabilondo. A pesar del elevado talento y formación de su candidato, catedrático de Metafísica, era un aspirante amortizado por una gris oposición y una tolerancia singular que lo convirtió en un sujeto vulnerable a la crispación generada por el neofascismo liberal, xenófobo y clasista de la ultraderecha. Las contradicciones del Ejecutivo, hoy maldecidas y mañana ensalzadas, han creado un ambiente de rechazo por suponer una pérdida de derechos de la ciudadanía, inasumibles por un electorado educado en las coberturas sociales gratuitas de un sistema que cada día aumenta más su deuda estructural.

Es también un hecho de gran trascendencia la retirada de la política activa de Pablo Iglesias; personaje de una complejidad difícil de analizar: ambicioso, culto, populista, impecable orador, líder indiscutido del 15-M. Sus mayores dones están en su capacidad de percibir con claridad, exactitud y rigor los acontecimientos políticos, pero aun acertando en el diagnóstico ha fallado en la solución práctica. Acosado, perseguido con saña por los poderes fácticos, que incluso no han respetado su derecho a la intimidad, ha sido víctima de su hiperliderazgo entre los jóvenes desencantados con el sistema, los que ha introducido circunstancialmente en el juego democrático. Su controvertida participación en el Gobierno ha sido fugaz, pero sus propuestas han mejorado las condiciones laborales de la clase trabajadora aunque al final, paradójicamente, haya suscitado la reacción de la derecha.

Afirmaba Jaime Balmes en su obra “El criterio”: “Cuando el hombre se acostumbra a observar sus pasiones, llega a emplear en su interior el ridículo como fruto contra los demás”. Ayuso ha vencido pero eso no la exime de sus responsabilidades éticas y democráticas y de las consecuencias de haber sembrado que el fin justifica los medios.

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