Opinión

Eugenesia


El abuelo, prestigioso profesor, lector compulsivo, tenía como libro de cabecera “Libertad de amar y derecho a morir”, escrito el año 1928 por el que sería presidente de la II República Luis Jiménez de Asúa (1889 – 1970) sustituido por José Maldonado González, que fue el último presidente republicano hasta que se celebraron las primeras elecciones democráticas en el año 1977.

Asúa recoge las costumbres de muchos pueblos que sacrificaban a los niños enclenques y a los ancianos enfermos por considerar que su dependencia, presente o futura, condicionaría la vida de los más fuertes y los debilitaría ante sus enemigos. En la península indostánica, los brahmanes eran los encargados de ejecutar a los recién nacidos débiles, que eran abandonados en la selva para alimento de las alimañas. 

Plutarco relata como los espartanos, en tiempos de Licurgo y Solón, despeñaban por el monte Taigeto a los recién nacidos desprovistos de vigor o deformes. Aún a principios del siglo XIX los fueguíanos, los fidjianos , los battas, los tschuktchi, los kamtchadales, los neocaledonios… por citar algunos pueblos que mantenían costumbres ancestrales, cometían infanticidios cuando el recién nacido era físicamente débil. Avanzado el siglo XX son los alemanes y un considerable número de ciudadanos norteamericanos los que defienden con rotundidad “higienizar las razas”. Destacan por su agresividad dialéctica algunos científicos alemanes, como Carlos Binding y Alfredo Hoche, que solicitan al Estado que permita exterminar a enfermos incurables, a los idiotas, a los imbéciles (denominaciones arcaicas en desuso) y a todos los que tengan atraso cognitivo (oligofrénicos)… El nazismo potenció a los supremacistas arios identificados por el aristócrata francés Arthur de Gobineau en su obra “Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas”, como los sujetos superiores. También eran eugenistas los que aplicaron el programa Aktion T4, incluidos en la legalidad sanitaria del Estado alemán. La “limpieza étnica” fue objetivo fundamental del nazismo, que organizó el genocidio de judíos, gitanos (Holocausto) y otras minorías en los países que controlaba militarmente.

 En la actualidad contemplamos con horror que las victimas del ayer son los verdugos del hoy: Israel pretende exterminar al pueblo palestino afincado en Gaza eliminando a niños y mujeres selectivamente (suponen el 70% de los asesinados por el Ejército), contando con la colaboración pasiva de países teóricamente democráticos como EEUU, Reino Unido, Austria, Canadá, Australia… Pero los palestinos no son la excepción en la que la milicia ejecuta fríamente las órdenes del Gobierno: en Birmania (Myanmar), el Ejército asesina a los rohingyas; en Ruanda, los hutus mataron en 100 días a un millón de tutsis; en Kampuchea (Camboya), Pol Pot y los jemeres rojos asesinaron a la mitad de la población del país. El llamado Estado Islámico persiguió hasta el exterminio a los yazidies después de violar y esclavizar a sus mujeres… Los caldeos, los armenios, los tártaros, los kurdos, los bosnios, fueron víctimas de persecución y muerte…

Mientras 10 niños gazatíes mueren o son mutilados cada día, dos hombres sin escrúpulos juegan al ajedrez en tableros distintos y con fichas podridas. El uno tiene las manos manchadas de sangre (Netanyahu) y el otro se ríe de su pueblo y juega con fichas de cartón (Puigdemont). 

El Viejo Milenario admite, aunque no comparte, que el humanitarismo y la política son incompatibles, como afirmaba Arthur Koestler. Y cuando han intentado coincidir, como lo hicieron los Graco, la Comuna de París o Saint Just… todos ellos aficionados moralizantes, han perecido por diletantismo. Esperemos que Pedro Sánchez haya aprendido la lección y no intente salvar al Señor de los Anillos.

Te puede interesar