Opinión

Hipótesis, certezas e intolerancias virales

Gracias a la sugerencia de su amigo Pablo Vivancos, el Viejo Milenario se ha sumergido en el mundo apasionante de los virus. Lo hace de la mano del científico e investigador Juan Fueyo, autor del libro “Viral”. El escritor ha sabido conjugar magistralmente el mundo de la ciencia y de la investigación con la amenidad del buen narrador. El contenido del texto no tiene desperdicio, ya que abre las puertas de un mundo desconocido para el gran público, en un momento crítico para la humanidad, amenazada por varias pandemias virales de consecuencias imprevisibles.

Lo primero que hay que reseñar, y así lo hace el autor, es la dedicación de miles de investigadores y científicos que han entregado su existencia en la búsqueda de respuestas sobre el misterio de la vida y el papel que los virus han desempeñado en la evolución. Ante la evidencia de hechos históricos, el anciano manifiesta su condena a la persecución sistemática y cruel que han sufrido muchos pensadores, en los tiempos donde la acusación de herejía era suficiente para ser ejecutado después de soportar terribles torturas. Un ejemplo del acoso que sufrieron los que mantuvieron la razón y la ciencia en un mundo dominado por la superstición y el fanatismo, fue el del dominico italiano Giordano Bruno; declarado hereje y condenado a morir en la hoguera. Su imperdonable “pecado” estuvo en mantener ante la Inquisición la certeza de la existencia de vida en otros planetas. Cuatrocientos años más tarde el Papa Juan Pablo II pidió perdón por la ejecución del dominico. Tal vez la estatua que el escultor masón Ettore Ferrari erigió en el lugar donde fue quemado, removió los remordimientos del “Santo Padre”, ya que la efigie del reo ejecutado es visible desde el Vaticano.

Afortunadamente en el siglo XX los científicos tenían más independencia en sus investigaciones, a pesar del oscurantismo de ciertas instituciones, remisas a admitir modificaciones en las teorías consideradas intocables. Además de las presiones de los poderes económicos ávidos de beneficios a cualquier precio; la ética no cotiza en el mercado. Felizmente hay y siempre ha habido científicos incorruptibles que han desarrollado sus teorías con resultados experimentalmente probados. En este aspecto hay que destacar el trabajo de la bióloga Lynn Margulis; defensora de la teoría de Gaia propuesta por James Lovelock. Según esta teoría la Tierra es un organismo vivo, que controla la atmosfera y la biosfera, esta hipótesis fue criticada por teleológica y por atentar contra los principios de la selección natural, poniendo en duda las teorías de Darwin. A pesar de todas las dificultades, Margulis conecta la teoría de Gaia con la suya, la edosimbiótica, que describe el proceso de células procariotas a células eucarióticas mediante incorporaciones simbiogéneticas de bacterias y virus (el anciano reconoce que tuvo la ayuda de su hija Yeabsera en la interpretación de dicha teoría). En el caldo primordial, fue el ARN y no el ADN el primero en desarrollar las funciones de enzima pudiendo modificar otras moléculas e incluso así mismo. Hoy, de ese proceso inicial, los únicos seres que perduran son los virus que intervienen activamente en las modificaciones del ADN y por lo tanto en la dinámica evolutiva.

Para muchos lo sustancial es que la Naturaleza concibió el tiempo biológico con la aspiración de conseguir la inmortalidad; para Richard Dawkins, biólogo evolutivo, el genoma es inmortal y los genes que trasmiten los distintos seres vivos ya existieron hace cientos de millones de años y han mantenido su presencia en el ADN.

El anciano, mirando a su hija, afirmó: “Dudar es investigar y en el camino hallarás tu verdad”.

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