Opinión

Inmolazión destructiva

Como mártires asesinos, los imitadores de la secta de los nizaríes conocidos históricamente como “hashshashin”, buscan la venganza desde tiempos inmemoriales. Hoy han sido activados por oscuros intereses pseudorreligiosos, económicos y nacionalistas; que mezclados en un cóctel letal convierten a sus discípulos en máquinas de muerte y destrucción. Y somos muchos los que nos preguntamos ¿qué sucede en la mente de un terrorista yihadista que en pleno siglo XXI se inmola con el único fin de causar el mayor daño posible a una sociedad a la que odia profundamente?

Creo que siente una constante opresión que ha ido almacenando durante años y que es alimentada por un sentimiento de frustración ante los acontecimientos que rodean su entorno más íntimo. Busca la identificación con aquellos que admira porque le ofrecen lo que el mundo les ha negado, ser considerado importante para sus hermanos que luchan contra los enemigos de su pueblo. La voluntaria inmersión del yo en fuerzas sobrehumanas de destrucción les parece un escape a la marginalidad que le condena a una vida sin esperanzas. S

on personas que se sienten profundamente atraídas por la notoriedad de ser alguien en una sociedad que nunca los considerará iguales; es un activismo que le proporciona la respuesta a la inquietante pregunta: “Quién soy yo”. Pregunta que surge con frecuencia en los tiempos de crisis y a la que la sociedad suele contestar: “Tú eres lo que pareces ser”. Algo contra lo que se revelan los que no tienen nada que perder, pues su vida carece de valor y su inmolación los envuelve en una aureola de heroicidad con el justo premio en el Paraíso eterno. 

 El activismo de los grupos yihadistas y su preferencia por el terrorismo sobre cualquier otra forma de confrontación con sus enemigos, los hace extremadamente peligrosos. Han convertido las calles, las plazas, los parlamentos, los espectáculos de masas, los lugares de esparcimiento… en campos de batalla donde nadie se siente seguro. En el fondo subyace la manipulación a la que son sometidos por los profetas del mal. La alianza, publicitada en todos los medios de comunicación, de la familia Saudí con el imperialismo americano representado por su bufón, Donald Trump, identifica a los auténticos culpables de un terror controlado por los que detentan el poder mundial. 

Los robots de la muerte responden a su creencia de que las injusticias del pasado y el presente se vuelven intolerables, al no existir esperanza alguna de que pudieran resolverse por la justicia universal.

La alianza demoníaca de los marginados del lumpen intelectual con los mercaderes de las armas y la energía genera una violencia que justifica una realidad aterradora: el fin de los “derechos humanos”, según la expresión de una torpe Theresa May.

Los sistemas totalitarios vuelven a surgir como única vacuna contra el terror. La atracción que sienten algunos por una protección absoluta y un análisis simplista de la realidad abre el camino para que personajes histriónicos, pero muy peligrosos, lleguen al poder. A muchos ciudadanos no les importa que el totalitarismo represente el triunfo del terrorismo y renuncian a sus libertades en aras de la protección de sus vidas.

En la foto de las Azores falta el quinto jinete que completa el eje del “mal”, culpable de la inestabilidad mundial. Ese jinete es el representante de la saga de los Saud, presuntos responsables de la financiación del yihadismo y protectores del integrismo suní. Los robots sin un Frankestein que los alimente se oxidarían y dejarían de funcionar. 

Te puede interesar