Opinión

¿Inmortales?: sin duda

(En recuerdo de Jaime Quesada y de su hijo Jaime) 

¿Inmortal?, si soy inmortal, repetía una y otra vez ante la atónita mirada de todos cuantos lo observaban. ¡Es inmortal!, retumbaba un eco mental que aturdía los cerebros de los sordos psíquicos. 

Su recuerdo, su obra, su verbo fluido, su vitalidad inagotable, su inmensa capacidad creativa…¿Que otro don se puede poseer para alcanzar la inmortalidad?  La integración y fusión del cuerpo en el campo energético cosmológico, la atomización de las cargas positivas en el microcosmos cuántico. Fue la respuesta contundente del inmortal. Permanezco, perduro y desde Gizeh, las inmensas pirámides símbolo de la eternidad de los creadores de la matemática cósmica, contemplo la limitación del científico moderno incapaz de encontrar la respuesta al gran enigma: “¿es posible permanecer más allá del contacto con la antimateria?”  Pregunta absurda, respuesta escatológica. El control de los campos gravitatorios unido a la velocidad fotónica en una nave de impulsada por las desintegración del bosón de Higgs, viaje al infinito, viaje a la nada de los Mandé nigerianos,  fusión con el TODO y al final la contemplación del Observador universal; ese es el destino de los que alcanzan el Karma. Tronó iracundo el inmortal.¡Insignificantes seres que desconocéis el camino hacía la eternidad, porque despreciáis lo que ignoráis!.
¡OH! Jaime, como percibimos tu energía, oímos la cascada del absurdo cultural de tu inagotable sabiduría. Tu obra, reflejo de un ápice de de tu inmensa capacidad de crear, dolor, muerte y bondad, inmensa bondad que necios y miserables no han sabido comprender, porque desprecian lo desconocido y temen al creador. Conspiran contra él y en su infierno de soberbia sufren envueltos en su mediocridad. 

La confluencia astral de los creadores, determina una nueva supernova generadora de un sistema ígneo donde los genios residen exiliados del Olimpo terrenal. Solo los elegidos alcanzan  el premio por poseer el don de la vida; la generosidad, la bondad, la inteligencia y, sobre todo, la energía creativa de una espiritualidad sin límites.
En el  estado espacial infinito, los creadores discuten las miserias terrenales y mezclan los colores de los impactos celestes en un profundo agujero negro, temerosos del robo de sus enigmáticos poderes. Allí está, en compañía de Giotto di Bondone, Leonardo da Vinci  explicando incansablemente los secretos de la  misteriosa Gioconda, atentamente escuchado por Diego Velázquez, Rembrant y Francisco de Goya que, pendiente de su continúa metamorfosis y curado de su sordera, planifica su inspiración sobre los  fusilados de Basora.

 La fotónica transformación de Jaime le permite ocupar simultáneamente el espacio infinito y participar activamente en mesas estelares con su admirado Pablo Picasso,  desoyendo las provocaciones de un irritado Caravaggio que le invita a acompañarle en su irrefrenable sed de nuevas experiencias, solo Vicent Van Gogh se deja seducir por tan peligrosa invitación. 
Jaime se estremece, sus sentimientos terrenales renacen con un vigor inusitado cuando observa a su inmortal hijo, Jaimiño, discutir con entusiasmo con Wassily Kandimsky, el padre de la abstracción, que celoso de la creatividad del joven pintor, trata de imponer su mayor experiencia, mientras Jackson Pollok disfruta de la ofuscación del maestro. 

El don de la Ubicuidad le permite al inmortal, atender múltiples requerimientos de los que es objeto; Diego Rivera y su esposa Frida Kahlo le invitan a compartir un inmenso mural que une las galaxias de Andrómeda y Vía Láctea, cuentan con la ayuda de David Alfaro Sequeiros, José Clemente Orozco, Jean Charlot y Fermín Revueltas; pero el inmortal lo rechaza. Ha escuchado la llamada de sus antiguos camaradas; Antón Tovar (el poeta), Carlos Vázquez (el librero) y   Alberto Ferrer (el intelectual comerciante) que le convocan a una reunión donde escucharán críticamente las instrucciones de Santiago Álvarez sobre “lo que hay que hacer” para controlar el mundo sideral.

 El espíritu inquieto del inmortal fotónico, participa aquí y  allá, en todos los espacios, en todas las galaxias, interviene en todos los diálogos, irrumpe con vitalidad creadora en la creación de nuevos sistemas, destruye con rayos vengadores las incompetencias miserables de los envidiosos y a veces como un activo observador interviene en los designios de los viejos dioses cambiando y perturbando el futuro de la humanidad. 
Cerca de Orión un pensativo Cézanne da forma cúbica a una nueva estrella, bajo la observación impresionada de Edouard Manet mientras mesaba su roja barba. 
De pronto, en un extremo de la más remota galaxia, Jaime observa una humilde estela de escasa luz, reconoce la mirada trémula del personaje que en un leve e inaudible susurro repite:  “ estou aiquí porque me roubacheme a ánima”. Es Honorata, la vieja aldeana de Limeres (Cerdedo) que trataba de impedir que reflejase su rostro en el papel a la luz del fuego de “lareira”, recuerda el inmortal. El indestructible sonríe, es conocedor que en el olimpo de los creadores también están los personajes creados, reales o ficticios.

 El autor acompaña a su obra y en el salto hacía la eternidad todo perdura y todo desaparece pero, en un misterio inexplicable, los sueños, los recuerdos, los vivos y los muertos forman un todo que define la fuerza de la energía que mueve el Universo. Y, ahí, el inmortal proyecta su enorme potencial sobre los que le hemos conocido y amado.  
 Hasta siempre camarada

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