Opinión

El rey se equivocó

Según afirmaba Aristóteles, “un acto es justo cuando se hace con reflexiva intención y entera libertad”. ¿Ha reflexionado Felipe VI antes de negarse a recibir a la presidenta del Parlamento de Cataluña? ¿Su decisión ha sido libre?, ¿o impuesta por el Gobierno en funciones? En cualquier caso ha sido un error garrafal, impropio de una monarquía parlamentaria. En una democracia el jefe del Estado debe de representar a todos los ciudadanos de la nación y sus obligaciones están muy por encima de sus ideas políticas o de sus problemas familiares; nunca debe dejarse llevar por sentimientos de rencor y está obligado a “tender puentes” (fueron sus palabras navideñas), sobre todo en momentos de tensión emocional. Son este tipo de actitudes las que alimentan el sentimiento nacionalista, en este caso del pueblo catalán. Tradicionalmente el nacionalismo necesita ser víctima de agravios por parte de los que detentan la representación del Estado “opresor”, y no tengo la menor duda de que la negativa de la Casa Real ha incidido en la llaga de las “históricas humillaciones borbónicas al pueblo catalán”. Los independentistas se sienten eufóricos; hasta la CUP saca pecho después de su vergonzosa actuación en el proceso de negociaciones con Junts pel Sí.

Todo ser humano hace libre y voluntariamente cosas justas e injustas, pero jamás es intencionalmente víctima de la injusticia. Aristóteles partía de la lógica del pensamiento del hombre libre y en disposición de obrar sin condicionantes emocionales que nublen su entendimiento, por eso aseveraba que nadie podía alabarse de las injusticias que recibía, y cuando esto sucedía es que no había sufrido lesiones importantes en sus intereses

Como no me siento nacionalista no puedo compartir sus sentimientos, ni su ansia identitaria más allá de sus propias declaraciones sobre la necesidad de emanciparse de un concepto político sobre un territorio o de otras señas identitarias que unifican los mismos sentimientos, pero afincados en otros espacios. Magnifican los presuntos agravios, sufridos a lo largo de los siglos, a que han sido sometidos por teóricos “invasores” que han usurpado sus recursos y limitado sus derechos. Su visión de la historia se hace sobre esquemas totalitarios que tratan de imponer para reforzar sus aspiraciones emancipadoras, sin importarles las consecuencias sobre la convivencia de los ciudadanos afectados.

El divorcio social que se crea es de tal magnitud que genera violencia, inseguridad, desconfianza y pasiones incontroladas. Por todo ello se me hace difícil de entender la decisión del monarca. A no ser que esté obnubilado por el caso Nóos.

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