Opinión

Un mundo sin fronteras

Alas seis de la mañana de un día cualquiera del mes de enero, tomándome un copioso y variado desayuno, fijé mi atención en la cuchara que introducía en un vaso de bebida de quínoa y exclamé con júbilo: ¡lo dual es la unidad! Los opuestos se necesitan para existir, lo cóncavo es imprescindible para que exista lo convexo; la dualidad no existe, es todo uno; es absurdo construir una cuchara que sea únicamente cóncava.

El tratar de establecer límites entre opuestos es únicamente fruto de nuestra incapacidad para percibir que los conceptos aparentemente antagónicos forman parte del mismo ser; simplificamos porque limitamos para separar y poder definir lo que no percibimos. Percibimos lo hermoso porque rechazamos lo feo; el bien tiene su contrapunto en el mal, la vida se completa con la muerte, el placer lo disfrutamos porque conocemos el dolor. Sería incomprensible un dios sin un diablo. No existen fronteras entre elementos antagónicos y el tratar de construirlas genera conflictos y conduce a la frustración porque no se vislumbra el éxito, aunque paradójicamente esté en la misma frustración.

Ahora empiezo a comprender el conflicto catalán. Este no tendría sentido sin las fronteras del estado, sin la reivindicación aranesa, sin la singularidad del Couto Mixto, sin el movimiento cantonalista, sin el pasado de Cartagena... Las entidades separadas forman un todo y las fronteras son una línea virtual que nos defiende de los otros. Rajoy lo sabe, actúa con simpleza para ejemplarizar lo fútil; él es lo cóncavo mientras Puigdemont es lo convexo, el territorio es el mango y la cuchara es un utensilio inventado por lo femenino para representar lo Único. En este mundo confuso es necesario un mapa que delimite nuestras demarcaciones, sin embargo en un mundo libre está claro el derecho a pertenecer a la Totalidad. 

Se le atribuye a Charles Delessert la frase: “Únicamente los grandes hombres (y por supuesto las grandes mujeres) tienen exacta noción de su pequeñez”, esa consciencia les hace rechazar toda demarcación que debilite su identidad. Ya que desde que el mono desnudo alcanzó la razón siempre ha vivido en un mundo de conflictos, porque estos nacen por la demarcación de fronteras, que en la naturaleza suponen la supervivencia del grupo por ser el territorio de caza de familias o clanes que no alcanzan la trascendencia de la inmortalidad. Por eso cuanto más firmes sean las fronteras más violencia se genera y más cruentas serán las batallas.
He metido la cuchara en el vaso, he agitado su contenido para mezclar y disolver el café, la miel, chía en la bebida de quínoa; no son opuestos y no por ello se han hecho Uno. Observo la cuchara, lo cóncavo y lo convexo se han calentado igual, tienen la misma materia, se mueven al unísono y sin embargo son opuestos; pero conviven en el mismo Ser.

Se teoriza, se traiciona, se miente, se utiliza el miedo, se amenaza,… todo vale en la busca de un horizonte que singularice nuestro yo; el “ego” lo exige ,es el tributo que nos obliga en su absurda carrera hacía la inmortalidad individual. No aceptamos ser cuchara, preferimos seguir siendo cóncavos o convexos. Por eso Puigdemont prefiere el sacrificio a la unidad, mientras Rajoy prefiere manejar el mango sin “meterse en otras cosas”. Y todos viviendo sin importarnos las fronteras que delimitan nuestro “yo” aunque esto suponga no saber responder a la pregunta ¿quién soy?

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