Opinión

El ángulo inverso - "Penalti, no falles"

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Hoy voy a escribir de mis dos sorprendentes sobrinos. Ambos han clausurado una etapa de sus vidas. Son un reflejo de su generación. Presiento que los dos tienen mi gen de trotamundos.

Ahora, en un low cost te pones en Berlín por treinta euros. Mi generación mochilera y viajera lo tenía más difícil. Mira tú, yo tenía veinte años. Ligero de equipaje y la bolsa escasa de pesetas, me plantaba en una autopista, levantaba el pulgar y no tenías que esperar mucho, alguien se detenía. Hermosos tiempos solidarios los de la cultura del autostop. En los aviones no hay tiempo, pero los míos íbamos conociendo gente por esos caminos de Dios.

Cómo se sorprendían en Europa al ver un españolito. ¿Sabes? inevitablemente el conductor que me recogía me hacía la misma pregunta. “¿Y después de Franco, qué?”.

Curiosos, me preguntan los dos cuál fue el conductor más extraño que me socorrió. Lo recuerdo bien, era el 11 de septiembre de 1973. Yo había dado con mis huesos en Rotterdam. Quería subir hasta Noruega. Alguien se detiene en un Peugeot 504. Vi triste al conductor, pronto supe que le había afectado la muerte del presidente chileno.

Te juro, al verme español, detuvo el coche y sin más me dio un gran abrazo. No habló, sólo abrió su cartera y sacó dos fotos sepia. En una estaba él vestido de aviador de las Brigadas Internacionales. En la otra, rodeado de republicanos de la CNT. “Tenía tu edad cuando vi en un documental el terrible bombardeo de Guernica. No lo dudé. Engañé a mis padres y como pude me planté en Barcelona”. Gerrit, se llamaba aquel hombre, me trató como un rey los dos días que estuve en su casa.

Pero quedé en hablar de mis dos sobrinos. Él, Jaime, lleva muchos años en fútbol profesional. Quizás, hermano lector, recuerdes su época de jugador del Club Deportivo Ourense. Estuvo en otros equipos, las últimas temporadas en Andorra. Como allí tienen liga propia tuvo suerte al jugar la previa de la Liga de Campeones de la UEFA. Un lujo, apenas dos jugadores ourensanos han jugado esta competición. No perdió el tiempo. Se graduó en inglés e hizo cursos de la UEFA. Ahora lo tientan pero tal vez lo deje.

Me contó “Cuando tiras un penalti, clavas los ojos en el portero, el corazón a tumba abierta. Un entrenador me enseñó que al tirarlo visionara la obra de Goya ‘Los fusilamientos del tres de mayo’ y pensase que el portero era aquel hombre de blanco. No fallaba. Aprendes mucho en el fútbol. Saltas al campo y ves la mirada ceñuda del que te va a cubrir. Sabes ya si el fulano lleva una guadaña en los pies. La tristeza que te invade cuando no ves tu nombre en la pizarra de los que van a jugar. ¿El gol? Es como un lento orgasmo. El autocontrol cuando te escupen por debajo los rivales. La tristeza inmensa al salir en camilla. Ay, presientes ya que la lesión es grave. La electricidad que te sube por la vértebra cuando los aficionados corean tu nombre. Como la vida, tío”.

Ella, María Eugenia, también acaba de clausurar una etapa. Valiente, regresa de cinco años en continentes lejanos. Culta, doctora por la Universidad de A Coruña, ha estado en la Universidad de Malaya y Adís Abeba como profesora y lectora de español en las embajadas. “Me impresionaron las procesiones de multitudes de tres días. Cómo te diría, eran bíblicas”. Le asombraron los hombres santos, los que caminan y cambian su rezo por un cuenco de arroz. Aprendió yoga profundo. Contrató a sherpas para subir a montañas sagradas. Ahora que pronto aparecerá el primer humano con cerebro artificial que respira, se sonroja y hasta te engaña, ella contempló cómo allí todavía los bueyes aran lentos. Lavó sus manos en el río sagrado. Ay, trae un dolor: la mujer vive humillada “Calla y obedece”. El almuecín musulmán retumba en su mente. 

(Los dos son jóvenes pero han caminado mucho. Aprendieron que cada país tiene sus danzas y canciones. Que no hay que tener miedo al diferente. Saben que la patria es donde has nacido pero también allá donde te abrazan. Y que hay que ser culto para ser libre. Ella, quizás él, presiento, tienen duende para escribir.

Hace nada estuvimos los tres juntos. Me dijeron “Te traemos un regalo”. Con lentitud abrí el envoltorio. Mira tú, no podía tener mejor obsequio. Eran dos libros iguales. ‘Poesías completas de Antonio Machado’. Cielos, los mismos que yo les había regalado con una dedicatoria cuando eran adolescentes.

Ahora, los dioses han soplado a su favor. En su nueva etapa cada uno da clase en un instituto. Seguro, que como el poeta, enseñarán encantando).

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