Opinión

Borbónica bronca

Acaba el verano y regresan mis tertulianos. ¡Ah!, leemos en los periódicos el mundo desquiciado que habitamos. Solo algún poeta residual grita “hay que desencadenar una acción humanitaria universal”.

Algunos tertulianos han sido profesores. Desalojada la filosofía de los planes de estudio; ausentes las grandes preguntas socráticas; cambiadas las humanidades por la cultura del marketing, el hombre “queda a la intemperie”. Nos hacemos más cobardes y cabrones.

Pero es final del verano y hay que recuperar la sonrisa. Víctor Campio, mantenedor de la tertulia, certero poeta y escritor esmerado, cuenta:

“Era 1951, llegué a Madrid hambriento y a la deriva. Venía de cumplir el servicio militar en Marruecos. Encontré a un paisano en uno de aquellos cafés; si no tenias dinero te cambiaban un poema por el café, las paredes del local estaban llenas de versos.

Aquel hombre, mi paisano, llegó a mí como caído del cielo. Me dijo que era secretario de un colegio y que allí tendría trabajo de maestro.

¡Qué sorpresa! Cuando llegué supe que era el mejor colegio de Madrid. Allí estudiaban los hijos de aristócratas, embajadores y gobernadores de provincias. El propietario era vasco, ciego y buena gente. Me dio el empleo, viviría en el colegio y doscientas pesetas al mes para mis gastos. Qué cierto aquel dicho: 'ganas menos que un maestro de escuela'.

Daba clase. A la hora de comer presidía una mesa con seis alumnos y prestaba atención cuando se acostaban. Había un chico especialmente rebelde, por qué no decirlo a estas alturas: era príncipe, un Borbón y Borbón y Dos Sicilias. Un día, el chico armó un jaleo, le reprendí y él me dijo despectivo y con altivez: 'Solo eres un plebeyo'.

Me sentó tan mal que hice lo que estaba más prohibido en el colegio: darle una bofetada. Fui a recoger mis cosas para irme antes de que me expulsaran. Cuando entraba en la oficina para hacer mis cuentas, alguien me dijo: 'Lo espera el padre del chico en el hall'. Allá me fui temblando. Pensé en la 'borbónica bronca' que me esperaba.

Qué sorpresa: aquel hombre me recibió cordial, casi cálidamente. Enseguida se dirigió a su hijo: 'Pídele perdón a tu profesor'. Así lo hizo y continué un año en aquel colegio de arrogantes alumnos.” Nos reímos los tertulianos. Alguien dijo: “Debes ser el único ciudadano que le pegó una bofetada a un Borbón”.



(Víctor Campio mira en los arcones de su memoria y piensa que “somos el tiempo que nos queda”. Su madre, maestra, le entregó pizarra, plumilla y tintero. Le hizo cantar los ríos de España, señalándolos en el mapa. Entonces los maestros enseñaban cautivando.

“Recuerdo aquel día: me enseñó el canto de las sirenas que llamaban a Ulises, el héroe se ató a un mástil para no acudir a la cita fatal”.

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