Opinión

Café de France

Te hablo de Juan Goytisolo. Lo conocí hace décadas en la terraza de su café favorito de Marrakech. Qué tipo. Le acaban de dar el premio más importante de la literatura española y él responde: “Pues, mire, lo recibo con depresión”.

Le encontré en el Café de France, un humilde local que da a la plaza de Xemaa-el-Fna. Ahora la plaza está entregada al turismo, pero entonces era como una alucinación colectiva. Quizás tuviese truco, allí vi pasmado cómo un flautista hacía danzar a una serpiente de dos cabezas, una en cada extremo. Me uní a los hipnóticos espectadores que escuchaban al contador de cuentos. Pedí un remedio para un mal de vientre y el curandero me dio una pócima envuelta en citas del Corán.

Allí estaba Juan: bebía su té moruno en silencio. Tenía toda la fatalidad árabe en su mirada, ah, tan llena de persistente melancolía. Apenas habló. Pero salió, no sé por qué, el nombre de Jean Genet y se le iluminó la cara.

Contó de aquel escritor que iba por la vida a tumba abierta. “Jean Genet conoció todas las comisarias de París; acosó a sablazos a todos los amigos; se enamoró del lado oscuro de Barcelona y de la tez morena de los efebos del sur; era desesperadamente libre y escribió, por ejemplo, 'Las criadas', obra cumbre del teatro”.

Juan bebió té de su taza y continuó: “Debía estar enterrado entre los 'grandes' en el cementerio Père-Lachaise, pero fiel a su estilo clandestino eligió ser enterrado en un cementerio abandonado español en Larache. Su tumba al estilo árabe es la única que permanece sin profanar en aquel esperpéntico lugar con vistas al mar”.

Goytisolo también ha sido un extranjero en todas partes, emigrante perenne, demoledor con la historia de España. A Isabel la Católica la llama “Isabel la Caótica”. Comprometido con los indefensos no dudó en partir a Sarajevo en llamas para dar testimonio de las masacres.

Recuerdo acompañarle a su casa en pleno corazón de Marrakech; nos despidió desde lejos con la mano. Quizás así se despidió de su madre en su casa de Barcelona aquel fatídico 17 de marzo de 1938. Salió de compras. Los aviones italianos volaron en picado sobre la ciudad. Al día siguiente alguien le trajo el libro de cuentos que ella había comprado para él.

(“Cuando me dan un premio, sospecho. Cuando me declaran persona non grata, como en El Egido, sé que tengo razón”.

En este noviembre escéptico y lluvioso te invito a tomar un libro suyo. Por ejemplo, el turbador “La reivindicación del Conde Don Julián”. Lo escribió mirando con amargura desde la costa de África a las tierras del sur de España. Léelo en alto.

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