Opinión

Camelar al camello

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MIÉRCOLES, 3 de marzo

No podía ser de otra forma, hermano, hermana. Claro que no, esta jodida ciudad atrae mucho a los chicos malos y a los malditos. Cierto que te empujas por sus calles y está llena de artistas, tipos genuinos y solitarios que salen muy poco de sus madrigueras.

Mira cómo andamos que ayer mismo el solidario Armando Lastra, que lleva la asociación "La Barandilla" de prevención del suicidio, afirmó que en estos últimos veintitantos días hubo cinco suicidios en la ciudad. Todos sabemos que al menos hay dos o tres más encubiertos. El psiquiatra contertulio anda más que preocupado, contaba ayer “Marilyn Monroe quería amor y su psiquiatra le daba un puñado de pastillas. A este paso, la ciudad va a ser un lodazal de Prozac y esta epidemia va a dejar un extenso rastro de desquiciados”.

Pero te cuento, hermana, hermano. Yo no quería hablar de esto. No es una leyenda, es verídico y nuestro hombre dejó un grato recuerdo en un par de pisos a donde acudió con los colegas, a ponerse, claro. Ayer lo recordó Luis "El Pecas", te estoy hablando de Quique San Francisco que aunque decía que ahora era un chico bueno, no lo era tanto. “Fue allá por el 2011 cuando vino con una obra teatral a la ciudad, cierto que se quedó aquí al menos tres días. Venía conmigo a la zona dura, venía como cualquiera, ‘enrollao’ y sorprendido de que hubiera tanta movida en esta ciudad olvidada. Pero enseguida era el protagonista contando anécdotas. Pues el tío debe haber actuado quizás en cincuenta películas, pero nosotros sólo le preguntamos por el cine quinqui ‘Navajeros’, ‘Colegas’ y ‘El pico’. Decía ‘Vivo la vida que es posible para mí’. Joder, qué mirada, parecía haber salido de un sanatorio de ex suicidas, pero su rostro aún no estaba marchito y exhausto como estos días en que le vi en televisión. Nosotros le decíamos ‘En tus películas hay muchas escenas en que preparan chutes con gran mimo’. Le insistíamos ‘Todos eráis unos golfos, ¿el material era de verdad?’. Él se echaba a reír: ‘la verdad es que estábamos todos enganchados, desde el director Eloy de la Iglesia hasta los figurantes’. Conectó mucho con Toni ‘El Legía’. Hay que joderse, yo no me lo creía pero era así, los dos sirvieron en el Tercio, en la Cuarta Bandera en Melilla. Cierto que era un poco raro como hablaba, parecía un aristócrata, pedía perdón para todo y daba mucho las gracias”.

Pero te narro de Quique cuando lo conocí en Madrid allá a finales de los setenta. Ya entonces muy polémico e irreverente. La verdad es que lo conocía todo el mundo porque tenía alma de perro callejero. En esos años frecuentábamos un bar, El Valle, que parecía un local normal de esos de pinchos de tortilla y caña. Pero estaba justo en la esquina de la plaza Dos de Mayo, entonces llena de camellos, yonquis, pandilleros y poetas malditos. Venía conmigo muchos atardeceres el poeta Antonino Nieto, debía de ser el único abstinente de todo Madrid, mira tú, jamás le vi fumar siquiera un canuto de marihuana. El Valle, qué local más entrañable, parecía que no pasaba nada pero los servicios siempre estaban ocupados. Por allí acudía Eloy de la Iglesia, siempre con cara de triste porque no encontraba productores para sus películas. Tuvo suerte con "Navajeros". Y lo recuerdo en la esquina observando la plaza para localizar el protagonista del film, "El Jaro". Un día vio pasar a un muchacho con chaqueta de cuero claveteada, pantalones muy ajustados y el pelo que le cubría hasta los ojos. No lo dudó, era José Luis Manzano, del que no se separaría más hasta su muerte. Ay, falleció joven, como toda aquella panda, como gran parte de aquella ingenua generación. Él, en la bañera de la casa que compartía con Eloy, con una jeringa clavada en la rodilla. Por el bar El Valle caía también los fines de semana Quique San Francisco. En su mirada ya estaban todas sus heridas. Cierto, mirada herida que nunca vencida. Si mal no recuerdo, yo creo que allí se conocieron Eloy y Quique San Francisco. Inevitable, allí abrevaban con frecuencia Antonio y Pepe Risi, los líderes de Burning. Te juro que en la barra del bar, Eloy les encargó la conmovedora canción sobre "El Jaro" que suena en la película. Arrogantes hijos del barrio, le respondieron “En diez días tendrás esa canción”. Mientras hablaban, Antonio escribía en una servilleta “Los ricos compran la ley / él sólo puede correr… /”.

Quiero dedicar estas líneas a Eloy de la Iglesia, el más maldito de todos los directores de cine español. Cuando salió "Navajeros" y sus otras películas, la crítica oficial lo obvió. Era demasiado subversivo y los cabrones lo acusaban hasta de ser técnicamente flojo. Pero su cine no era marginal, llegaba a los barrios y contaba el lado duro de la Transición. Algunas veces conversamos en el mítico pub Santa Bárbara, donde él se reunía con militantes comunistas. Él era marxista hasta la médula, homosexual y, qué paradoja, heroinómano. Fue el primero en descubrir y llevar al cine que la heroína era una jugada del sistema para anestesiar a los jóvenes, sobre todo en el País Vasco, su tierra. Ya en el pub Santa Bárbara nos decía muy preocupado “En las mesas de caoba de quienes mandan, dan órdenes ‘Suelten, suelten la droga, el adicto ya tiene bastante con buscarse la vida y no querrá saber nada de las belicosas juventudes abertzales”.

(Ayer, después de darme un sablazo, como siempre diez euros del ala, Luis "El pecas" recordó a San Francisco, un superviviente como él: “Me da tristeza que se haya ido. Recuerdo su frase al marchar ‘Colegas, a los infiernos se baja pronto. Mucho, mucho se tarda en salir’. Qué espabilado, yo que soy perro viejo, pronto me di cuenta cómo camelaba al camello para que le invitara. Era un poco facha, pero no tenía mal corazón. En aquellos no tan lejanos tres días, todo fue una fiesta del carajo”).

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