Opinión

Contra las cuerdas

ALBA FERNÁNDEZ
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Ya lo conté, Pedro Ruiz actuó en el Principal. Gran tipo este hombre, nacido en Barcelona, no sé cómo llamarle: actor, escritor, poeta, cantante… lo dejaremos en showman. Al final, cuando terminó su actuación, conversamos sobre la vida.

Me recordó a un boxeador ourensano aquí olvidado. Nacido en A Merca, Benito Canal emigró con su familia al País Vasco. Hay que joderse, fue campeón de España de los pesos pesados cuatro veces y se retiró entre sombras y polémicas después de un combate con el mítico Urtain. KO técnico en el segundo asalto ante diez mil personas. Cuánto se habló de aquel combate. Estamos a mediados de los años sesenta. Fue un incendio de protestas, el público arrojó de todo al ring y tuvo que salir en volandas de allí. Más que una sospecha, probablemente sea cierto, se tiró amedrentado en el segundo asalto. Él lo negó siempre: “Me dio en la nuca y caí sin remisión”.

Pero que no se me vaya la olla. He de contar que Pedro Ruiz estuvo divertido y nos cautivó en el Teatro Principal. Ya lo escribí alguna vez, García Márquez afirmó: “Las cosas suceden solo para que alguien las cuente”. Y así fue. Llegó al teatro con una obra muy sencilla. Un escenario austero, una mesa y un par de guitarras. Nada de críticas agresivas a su viejo estilo.

Pues mira, hermano lector, se limitó a contarnos su vida a través de anécdotas que son historia de este país. Por ejemplo, cuando Lola Flores lloró en su programa por aquel asunto de sus deudas con Hacienda y amenazó con suicidarse. El programa ayudó a que sus problemas se solucionasen.

Recordó aquella transmisión endiablada. El boxeador Urtain, del que hablaré más tarde, peleaba por el campeonato de Europa de los pesos pesados en Londres. Pedro y el legendario Matías Prats transmitían el combate. Radio Televisión Española se habían negado a que fueran allí como enviados especiales, que se decía entonces. Lo cierto es que en esos días había muchas protestas en toda Europa contra el régimen del general Franco. No tuvieron más remedio que hacerle pensar a los oyentes que estaban en Londres. En realidad, seguían el combate por televisión, igual que todos los españoles. Se armó un buen follón. Verídico, las protestas arreciaron y la señal de televisión se cortó.

Con que allí estaban, Matías Prats y él, ante los micrófonos de la radio. “¿Qué podemos hacer?”, le preguntó Pedro a Matías. “Hay que echarle imaginación y tirar p’alante”. Así sucedió, cuesta creerlo, no se vinieron abajo. “Era muy peligroso, pero nos inventamos tres asaltos. Menos mal que cuando volvió la señal, aún estaba en pie nuestro campeón”. A veces los periodistas, apresurados, cometen errores.

Estas cosas pasan. Un importante crítico escribió un comentario sobre una obra de teatro y los actores leyeron, atónitos, aquellas líneas. Lo cierto es que la función se había suspendido por enfermedad del protagonista.

Volvamos a Pedro. Hablamos de aquel mítico boxeador vasco, José Manuel Urtain. Era un héroe nacional y compartía la fama con Manuel Benítez “El Cordobés”. Los utilizó muy bien el régimen del general ferrolano para crear fervor patriótico. Pedro Ruiz le entrevistó y, cómo son las cosas, en los setenta tuve la suerte de poder hacer lo mismo para la revista “La calle”, allá en el café Ópera de Madrid. Casi nos conmovimos al recordarlo. Ya saben, levantador de pesas de piedra, unos listos lo iniciaron en boxeo. La verdad es que ganaron mucho dinero. Él también.

Recuerdo que lo habitaba algo primitivo. Afirman que sus primeros combates fueron amañados. Su mirada un poco incierta, vagamente infantil. “No necesito entrenar. Si los cazo, a la primera los tumbo”. Qué tristeza. Alcoholizado, solo y acosado por las deudas, se suicidó tirándose desde el décimo piso de donde vivía en Madrid. Pedro lo define mejor: “Tenía un poso de fatalidad atado a la cintura”.

(Se va Pedro, nos damos un abrazo. “Fui de los más perseguidos en televisión. Hay que joderse, siempre acosándome con eso de la audiencia. Pero, sabes, Jaime, los números no son el alma de las cosas”.)

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