Opinión

Los dolores del alma

Las calles de la ciudad han estado llenas de hados benignos. La alegría anduvo suelta por ellas. Los artistas callejeros reinaron en las avenidas: tragafuegos, cuentacuentos, tipos que se empujan largos sables por la garganta y todas las camadas de `outsiders´.

¡Ah!, toda esta gente embellece el mundo. Las calles deben estar así siempre, llenas de tipos que nos desalojan el desamparo que habitamos. Decía Quevedo: “Qué puta vida, existe demasiada realidad”. Freud insistió: “La risa es el ejercicio más liberador”. Los punks cantan: todos los hombres de negocios deben de ir vestidos de payaso para dar color a las ciudades.

Hablo con José Manuel “el Argentino”. Un tipo que conoce el patio de atrás de la vida. Alguien que puede hacer lo increíble. Alguien así, con su labia y estilo, tenia que ser inevitablemente de Buenos Aires. Qué bárbaro. Hace de todo, es capaz de meter un taladro encendido por la nariz hasta el fondo. Parece que va a sacarse un ojo, un ejercicio en el que tienes que desviar la mirada. Te hipnotiza en un pis-pas; lo encadenas y se suelta en un segundo. También hace una buena obra secreta.

“Mi máxima es ser honesto y transparente. Tengo que sentir dentro de mí que mis espectadores son felices. Busco la pureza. He cruzado todas las fronteras, dime una ciudad y allí he estado yo. Anduve por todos los caminos. Amigo, en algunos hay sombras que te buscan y persiguen. En otros te das cuenta de que lo que esperas ha sucedido ya”. Busca en su maleta repleta de artilugios. Me muestra una foto un poco gastada. Allí esta él, en Buenos Aires. A su lado, el cardenal Bergoglio, hoy papa Francisco. “¡Ay!, cuanto temo que le hagan daño, son malos tiempos y le necesitamos”.

“Hace cinco años que llegue a Madrid, aluciné, pensé: todo el mundo es rico. Por cuatro perras podías comprar verdades de primera. Bueno, un tipo como yo echa un vistazo y ve lo que hay ahora: neveras vacías, farmacias de guardia con colas y recetas para los dolores del alma. ¿Sabe?, son ustedes muy vulnerables al consumo. Yo soy un curandero que distrae y rescata las sonrisas”.

Me cuenta alguna experiencia: “En alguna parte, al terminar mi actuación se me acercó un tipo bien plantado y con un anillo ostentoso: 'Quiero conocer el lado oscuro y el hambre'. Lo lleve conmigo tres meses por pueblos extraviados de Sudamérica. Te juro, cuando se fue era menos infeliz y desdichado”.



(“Mi madre me enseñó: hay que hacer buenas obras. Te cuento uno de mis secretos: visité los sombríos hospitales de algunas ciudades sudamericanas, fui directo a la sala de los moribundos. Aquel hombre me persigue en sueños: en sus ojos, el miedo; bebía con la sed de la muerte. Saqué mis cartas, le hice trucos y vi como en su rostro se dibujaba algo parecido a la sonrisa. Después se fue quedando. Mi palabra de artista, yo mismo he cerrado algunos ojos”.

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