Opinión

Escalera al cielo

Vuelvo la vista atrás, principios de los setenta, y recuerdo mi bar. Bar Alfonso, servicio permanente. No cerraba jamás. A partir de medianoche,  como convocados por la canción, nos reuníamos allí un puñado de chicos casi adolescentes hasta el amanecer. Tenía una hermosa gramola, un altar para nosotros. Te juro, casi sin interrupción, dos duros y pulsábamos la tecla B-8 y sonaba muy alto “Whole Lotta Love”.  No cesábamos de bailar la danza de un tiempo de silencio. 

A eso de las tres de la madrugada se detenían los camiones cargados de pescado hacia Madrid. Otros tiempos, se empujaban dos o tres carajillos y con frecuencia se unían brevemente a nuestra fiesta. Les esperaba una carretera endiablada y los nevados puertos del Padornelo y la Canda. Cierto, a lo largo de la noche sonaba hasta el infinito la voz desgarrada de Robert Plant en el mítico tema que escribieron en tiempos de excesos y noches al límite.  Mis amigos y yo entrábamos en un estado tal si ingiriéramos una dosis alta  de ayahuasca. 

Pero hablemos de Ourense. Quizás, la primera vez que sonó la banda de Robert Plant en la ciudad fue en los poderosos altavoces de aquellos “coches eléctricos” instalados en la Alameda en las fiestas. En la sociología  de la ciudad, el primer local de rock fue aquel subterráneo de la calle Doctor Fleming, el inolvidable Míster Flin. Eran un local un poco crápula de no muy buena reputación.  Pero allí estaba el mejor “disc jockey” que hubo en la ciudad, Adolfo Majarón. Estaba tan enamorado de Led Zeppelin que nos enseñó a muchos a amar la banda. Eran tiempos inocentes. Apenas llegaba el hachís que traían de Melilla los legionarios. Las chicas, las más atrevidas, cambiaban su recatada ropa  por una provocadora mini falda en el baño. 

Sábado 9 de septiembre, a las 21,30 horas en el Auditorio de Ourense

Era un Ourense en el que cada barrio tenía su pandilla que marcaba su territorio. Con frecuencia, se zurraban a la puerta del local. Ya dentro, al sonar  nuestra banda, “quiero ser tu hombre/ de la puerta de atrás”, la pista era una hoguera.

Después abrieron las primeras discotecas y, como una maldición, llegó la heroína a la ciudad que destrozó a una generación completa. 

(Escucho ahora “Stairway to Heaven”.  Suben por mis vértebras recuerdos, imágenes, rostros de amigos que ya no están. Veo el rostro de John Bonham. Nadie movía las baquetas como él.  Qué tristeza, cuando falleció toda la banda se fue con él).

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