Opinión

Qué escena…

Te cuento. Iba con un amigo por una calle céntrica hablando de este puñetero mundo. Nos dimos de bruces con una extensa fila de personas, ninguna tenía aspecto marginal; tal vez funcionarios, qué se yo. Advertí que una persona conocida de la cola no me saludó. Miró hacia el suelo. No me ha visto, me dije.

La fila era nutrida y apretada, tal vez cuarenta personas. No me fijé mucho pero percibí algo extraño. Quizá estaban demasiado silenciosos y muy pegados a la pared.

Seguí mi camino, pero uno al fin y al cabo es periodista, y curioso. Me aproximé al último de la fila y cuando estuve a su altura le pregunté con naturalidad: ¿Hay algún concierto?, ¿una conferencia?, ¿algún libro? El hombre me miró fijamente. Pasaron segundos eternos. Me espetó una escueta frase: “No, no, venimos a por alimentos”.

Te juro, me sentí como si me dieran una ostia. Aceleré el paso. No miré atrás. Ah, esta jodida España con un rey tan guapo. Qué lúcido el verso de Machado. Lo escribió tras la cristalera de un viejo café de Madrid: “Ay, país solo, triste, / cansado, / pensativo y viejo”. Mi amigo me dice en voz baja: “Ah, Machado, ahora las ‘estrellas’ no son los poetas sino los cocineros, a los que llenan de honores y hacen hijos predilectos”.

“Volverán las oscuras golondrinas…”. ¿Volverán las extensas filas de hambrientos a las puertas de los cuarteles a recibir los restos del rancho como en la prolongada posguerra? Las monjas han abierto las cocinas de sus conventos. Severos jueces firman sin cesar órdenes de desahucio. Las calles están llenas de rostros dóciles, casi acobardados. “Mire, con un euro me compro un puñado de alitas de pollo. Ya como”.

Tras las mesas de caoba, hombres metálicos se disputan los mendrugos del poder.



(Hace años le hice una entrevista a Wilson. Vistió la camiseta del Madrid. Cuentan que su remate de cabeza era fatal. “Corría el año 56, yo jugaba en el Zaragoza. Los desplazamientos eran largos, los autocares viejos y las carreteras malas. Íbamos a Málaga. Paramos a comer en un pueblo cercano a la capital. La plaza enseguida se llenó de paisanos. Cuánta afición, pensé. Lo extraño es que nadie se aproximaba a por un autógrafo, una foto, esas cosas… Sólo miraban. Al terminar, el entrenador dio una palmada: ‘Todos al autocar’. Nos vamos. Miro por la ventanilla. Qué escena. Marcó mi vida: los paisanos se lanzaron en tropel a por los restos de comida. Sabes, aquel domingo jugué mal y no hice gol.)

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