Opinión

Historias de la raia fatal

Hermano lector, a veces me gusta contarte historias de los tiempos clandestinos del contrabando. Historias verídicas. ¿Sabes?, nací en Verín y viví sus tiempos gloriosos.

Estoy con un hombre puramente “raioto”. Ronda los noventa y es uno de los últimos testigos de aquellas agitadas décadas. Los suyos le llamaron “El ideólogo” . Diseñó, astuto, las mejores tácticas para sortear guardias y guardiñas. Negoció con la “pareja” muchos “pasos”, desde el wolfram hasta el mítico café Sical. Pero dejemos que nos cuente:

 “Siempre trabajé en la raia. Hubo dos años en que cada semana pasábamos un camión cargado de café ante las barbas del sorprendido capitán. No, no íbamos por el monte ni por caminos enlodados. Al llegar a un punto casi siempre escuchábamos el temido grito de ‘¡alto a la Guardia Civil!’. Yo bajaba muy tranquilo y los saludaba afable. Créame, a veces estaban presentes el sargento y varios números.

De inmediato, un guardia empuñaba una especie de espada muy afilada y la clavaba a discreción en los sacos para comprobar qué contenían”. 

Ahora el hombre me mira fijo y sonríe un poco malévolo. Baja la voz como para revelarme un secreto. 
“Pues mire, siempre salía centeno. Hasta cinco veces el guardia clavaba al azar el hierro en los sacos. Pues, siempre centeno. Jamás nada prohibido. Lo que le cuento solo lo sabíamos los que estábamos en el negocio. Le revelaré la trampa.

Mire, eran ochenta fardos, cuarenta de café, cuarenta de centeno. En la caja del camión los colocábamos de forma alterna. Arriba un saco de café, debajo uno de centeno. Siempre así. Como supondrá, el guardia civil encargado de pinchar estaba ‘tocado’ por nosotros. Así que cuando clavaba el hierro siempre lo hacía en los de centeno”.

(Vamos perdiendo la memoria de lo que fue. Qué tristeza. El lado más oscuro de la raia todavía está sin contar. Hablo de finales de los 60 hasta el 25 de abril, en que estalló la romántica Revolución de los Claveles. Tiempos difíciles y de pobreza. Mandaba el cruel Salazar.

Angola y Mozambique, colonias portuguesas, luchaban heroicas por su independencia. Todo joven portugués tenía que ir más de seis años a África. De los barcos que llegaban a Lisboa no cesaban de bajar ataúdes de soldados degollados por el machete africano. 

Todo el mundo quería huir a Francia, su Itaca. La raia de Verín era un avispero. Taxis, coches particulares, camiones y autobuses partían atestados cual pateras. Con frecuencia, muchos conductores sin ética se detenían en Zamora, por ejemplo. Abrían las puertas: “Ahí, al otro lado del río, está Francia”. 

Ay, nadie escribió las historias fatales de los lusitanos que fallecieron asfixiados en camiones blindados y frigoríficos. En el 74 acabó la sangría. Todo está escrito en la música callada, en el latido secreto de la raia).

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