Opinión

La pedrada

JUEVES, 8 DE JUNIO

Con mi amiga Ana, muy salmantina, licenciada en Arte, hablo con frecuencia de su ciudad, Salamanca. Con ella, a veces me lleno de nostalgia.

Allá en el 70 estuve un año en su ciudad, haciendo prácticas de periodismo en ‘El Adelanto’, entonces el periódico local por antonomasia. Ay, fue un año feliz en aquella ciudad. Le pregunté si todavía existía una cafetería llamada ‘El Pato Rojo’. Afirmativo. Pero te cuento, hermano lector, de aquel año y mi accidentada historia de amor. Conocí a una chica estudiante de Filosofía. Inteligente y atractiva. Vayamos al grano. De aquellas, había que ser elegante y acompañar a tu chica a la puerta de su casa.

Cielo santo, los dos o tres primeros días no pasó nada. Allí estaba yo, con mi barba, melena y todavía lleno de sueños. Pero al tercer día, la cosa pintó mal. Su casa daba a una plaza cercana a la casa donde vivió Unamuno. De pronto, zas, una piedrecita da en mi cabeza y observo que los adolescentes que jugaban al balón en la plaza me miran con la mirada del enemigo.

Alba Fernández.
Alba Fernández.

Todo se agravó. A la semana ya no fue una piedrecita, sino que varios adolescentes ya me apedreaban sin cortarse un pelo. Yo no entendía el porqué, pero me dije: “Qué carajo, soy raioto y no me van a amedrentar”. No es por darme el pego pero me comporté con valentía, como un teniente que va delante de sus tropas y desafía las balas del enemigo. Así caminaba yo, impertérrito, la cabeza alta. Qué cojones, no podía mostrarme ante mi enamorada como un miedica. Pregunté a algunos vecinos pero no me contestaban, como si guardasen un secreto.

Pasaría un mes y los ataques fueron amainando. Un día, me quedé hasta última hora con el propietario de la cafetería ‘El Pato Rojo’. Yo era un buen cliente y comencé a tener cierta amistad con él. Le espeté altivo: “¿Qué carajo pasa aquí?”. Y le mostré una pequeña herida que tenía en mi cuello. Se me quedó mirando y por fin me descubrió el porqué de tanta afrenta: “Mira, gallego, es que te has metido en mal sitio”. Yo lo miré perplejo y él, como hablándome al oído, me mostró una gran foto de la Unión Deportiva Salamanca, entonces en primera división. Me toma del brazo y con un dedo me señala el rostro de un futbolista del equipo: “¿Lo conoces? Es la gran estrella del equipo. Pues hasta que llegaste tú, ella era su novia. No sé si enfadaron o no, pero él venía todas las tardes a su portal hasta que llegaste tú”.

Hay que joderse, hermano, ese era el secreto. Por eso, alguna vez un coche lujoso se ponía a nuestra vera, casi deteniéndose. Después, aceleraba. Pero allí estaba yo aquella noche a la hora del cierre, frente al propietario de la cafetería. Me metí un par de gin tonics y me quedé pensativo. Debí darle lástima porque me tomó del hombro y me dijo con voz muy baja: “Pero no te preocupes, gallego, este jugador acaba de fichar por otro equipo importante, tienes el camino libre”.

VIERNES, 9 DE JUNIO

Volví a hablar de Salamanca con Ana. De ese año de mi vida en aquella ciudad, poco escribí. Qué año más intenso. El director del periódico me vio un poco espabilado, la redacción era pequeña y ahí me tienes entrevistando a los toreros al final de la corrida. Quizá te cueste creerlo, hermano lector, pero yo estuve en la boda de El Viti en el Gran Hotel y le hice algunas entrevistas. Vi arrancar al ‘Niño de la Capea’. Conocí el mundo de los toros, a los ganaderos, comí paellas en el campo después de ‘tentaderos’ a los que acudían las ‘figuras’ para probar los toros, futuros sementales y vacas madres.

Allí conocí a un personaje astuto, singular y con buen ojo. Sí señor, El Pipo, aquel increíble representante que lanzó al Cordobés a la gloria bajo el eslogan: “Solo ante el peligro”. Cierto, cuando había periodistas y fotógrafos delante del torero, iba el tipo y le metía en el bolsillo billetes de mil pesetas que el torero repartía entre los muletillas y aspirantes a toreros.

(El torero más estrafalario y singular que conocí fue Diego Bardón. Había probado suerte en México, de donde huyó despavorido acusado de revolucionario. Un gran tipo. No pudo llevar su sueño adelante. Quiso hacer una ‘corrida contestataria’, apoyado por el gran dramaturgo Arrabal, por el artista polifacético Jodorowsky y otras celebridades. Recitaría a Carlos Oroza. Se bautizó como torero ‘Pánico’. Al final, quedaría completamente desnudo ante el toro).

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