Opinión

Una lágrima en el cosmos

ALBA FERNÁNDEZ.
photo_camera ALBA FERNÁNDEZ.

JUEVES, 20 DE JULIO

Llega a la tertulia, muy sonriente, el abogado. Se sienta, nos mira retador, y todos sabemos que se trae algo entre manos. Te cuento, hermano lector. “Mi sobrino trabaja en Berlín en un hotel para perros. Ya sabéis que aquello está lleno de españolitos, casi todos se buscan la vida lavando platos en un restaurante”. 

“Estos días me llamó varias veces. Ayer me dijo: ‘Tío, vente que esta ciudad está que arde, aunque los periódicos lo tapan y apenas comentan’. Me insiste: ‘Ahí, en Galicia, estamos atontados, como si la rebeldía fuese una antigualla. Nadie sale a las calles a protestar y mira que el planeta está hecho polvo, pierde su color azulado y es como una lágrima en el cosmos’. Siempre decís que se está perdiendo la lírica, pero fijaos en el lenguaje de mi sobrino de poco más de veinte años: ‘una lágrima en el cosmos”.

El abogado se detiene, busca en el bolso su móvil y nos espeta: “Mirad este video que me ha mandado mi sobrino, que es el de la camiseta verde”. Todos lo miramos con atención y vemos centenares de jóvenes en una calle céntrica, algunos encadenados a una farola, otros con las manos pegadas al asfalto y la mayoría tumbada en el suelo. Evidentemente es un acto de protesta. Ahí llegan las patrullas antidisturbios. “Anda, jaleo, jaleo”, que decían los milicianos en la guerra civil española. Tardan bastante en despejar la calle y lo hacen sin miramientos. Pero el objetivo de provocar y llamar la atención lo han logrado.

El tráfico se para. Una larga fila de coches toca con rabia la bocina. Llegan más policías. Pero los chicos no se amedrantan. Llegan más jóvenes. En las imágenes se ve cómo los maderos dan estopa a diestro y siniestro.

El abogado muestra otro video un poco confuso, pero nos aclara: “Esa es la Casa Willy Brandt. Fijaos, las paredes y la entrada salpicadas de pintura naranja y en la puerta un centenar de activistas con pancartas. Bueno, es hora de deciros que reivindican medidas urgentes contra el cambio climático. Y tienen razón, si esto sigue así, este planeta se va al carajo”.

Hay una pausa. Nuestro amigo engulle los restos de su gin tonic. Hay silencio. El abogado continúa su relato, ahora con voz emotiva: “Lo más sorprendente de este movimiento es que ellos mismos se definen como Última Generación. Ya veis que esta generación no está tan anestesiada. Habéis visto esos chicos, casi adolescentes y todos combativos, como si les fuera la vida en ello”.

Ahora soy yo el que comenta nostálgico: “En mis tiempos universitarios en Madrid, hacíamos algo parecido. Se trataba de dar ‘saltos’, y estos chicos hacen lo mismo. Nos dividíamos en grupos más o menos organizados. De pronto, por ejemplo, en la Glorieta de Bilbao, se sentaba una camada esposada a las farolas. Minutos después, otro grupo hacía lo mismo parando el tráfico en la zona de Princesa, y así lo hacíamos en lugares claves de la ciudad. De tal forma que los antidisturbios se volvían locos yendo de aquí para allá”.

(El abogado, un poco teatral, nos va mirando de uno en uno: “Os confieso que voy a aceptar la invitación de mi sobrino y parte de mis vacaciones las pasaré en Berlín. Que no os extrañe verme en algún video con aspecto de incendiario. Es una protesta clave, porque el planeta está en llamas”. La tertulia termina. Ya de pie, nos mira desafiante: “A ver quién de vosotros se atreve a recuperar una pizca de rebeldía y tiene cojones de acompañarme a Berlín”).


VIERNES, 21 DE JULIO 

Cuánto amamos a Francisco Ibáñez, que cautivó a generaciones desde los inhóspitos y largos años de la posguerra.

Debe ser la única en el mundo. Frente a los jardinillos del Padre Feijoo y al lado de la mítica librería La Viuda de Lisardo, el inolvidable Jaime Quessada elevó una escultura, O Mouchiño. En aquel espacio mágico, varias generaciones acudíamos a intercambiar y negociar aquellos tebeos. Ay, el Guerrero del Antifaz que combatía a las huestes de Ali, espada en mano. Allí estaban el detective Roberto Alcázar y Pedrín, que investigaban alucinantes enredos.

Inevitablemente, nuestros favoritos eran los personajes de Ibáñez que festejaban la vida. El dibujante que debutó en aquellos lejanos años cincuenta con las legendarias revistas Pulgarcito o DDT. Yo esperaba con ansiedad cada semana para leer mi página favorita. 13, Rue del Percebe. Genial. Allí estaba aquella España pícara, hija del Lazarillo de Tormes. Allí estaba aquella España que “vivía entre el apaño y la chapuza”.

Qué grandes dibujantes, tan genuinos, Peñarroya, Escobar, tantos que se cobijaron en torno a la mítica editorial Bruguera. De alguna manera, sus viñetas nos forjaron en el hábito de la lectura. Recuerdo que mi favorito siempre fue el botones Sacarino. Después, supe que Ibáñez en su adolescencia también fue botones en un banco.

Cierto, aquellas viñetas deben mucho al esperpento valleinclanesco. Quizás lo que mejor refleja a aquellos historietistas, es el flexo. Ay, tantos años nos acompañó cuando, en los últimos tres meses, estudiábamos para salvar el curso.

(Sus biógrafos dicen que le gustaba aquel verso de León Felipe: “Por la manchega llanura se vuelve a ver la figura de Don Quijote pasar / hazme un sitio en tu montura…”).

Te puede interesar