Opinión

La llamada de Tete

Todo habitante de este planeta debería de haber pasado por allí. Yo estuve una lejana tarde lluviosa y ocre. Como a todos, una sombra no se apartó de mi lado. Me acompañaba el percusionista berlinés habitual de Tete Montoliu, Peer Viboris, que tantas veces actuó en Ourense. Siempre veía a Tete colgado de su brazo.

Se cumplen 72 años de la liberación del campo de exterminio de Auschwitz. Ya sabes, solo quedaban 2.819 supervivientes moribundos y fantasmales. Mi generación contempló alucinada el proceso de Adolf Eichmann, administrador nazi de los campos de concentración. Aquella imagen de simple funcionario banal, de hombre común y corriente que no hacía sino cumplir con sus funciones y ejecutar las órdenes. Lo veo ahora: no tenía los ojos llameantes del monstruo.

He leído, conmocionado, las páginas de la premio Nobel Svetlana Alexievich. Escribe, sobre todo, de la mujer rusa, del millón largo de mujeres que se alistaron enseguida en los primeros meses de la guerra. “Éramos las primeras en entrar en el Berlín en llamas. Abril de 1945. Quedé asombrada al entrar en una casa berlinesa. Tenían lavadora, todas las piezas de porcelana, un jardín extenso y cuidado. Fíjate, incluso tenían suave papel higiénico. Circulaban ya los primeros Volkswagen”. 

La soldado rusa continúa narrando su experiencia. “De súbito, de entre las ruinas salió un niño, quizás no tuviese doce años. Iba perfectamente uniformado según las rígidas normas de las Deutsches Jungvolk, rama infantil de las Juventudes Hitlerianas. Me apuntó con su fusil. De pronto, comenzó a temblar. Las primeras lágrimas bajaban por su rostro. ¿Sabe?, las mujeres tenemos instinto de madres. Por un instante, quise abrazarlo. No pude. Tuve la visión de un amigo torturado por los nazis. Ay, el odio. Cuando crece nadie puede detenerlo. Lo empujé a culatazos al barracón de prisioneros. Yo ya no era aquella joven rusa de mirada tierna y romántica, de largas trenzas que se subió al tren hacia el frente mientras la banda de música interpretaba ‘El Adiós de Slavianca”.

Svetlana Alexievich describe la sonrisa extraña del piloto nazi cuando, en vuelo rasante, dispara sin cesar y certero. La nieve cubre a vivos y muertos. En los improvisados hospitales, debajo de las mesas de operaciones, los calderos rebosan de brazos y piernas.

Recuerdo ahora, conmovido, aquel desolado paseo con Peer Viboris por Auschwitz. Imperturbable. Su estilo al tocar era dolorido, afiebrado, muy personal. Era berlinés. Una noche, después de actuar en el Latino me contó: “Yo era un niño extraviado cuando entraron las tropas rusas en Berlín: todo ardía, era espectral. Todavía me sorprendo cómo sobreviví. Demasiado dolor. Me entregué al alcohol. El destino me llevó a Barcelona. Tete me adoptó como percusionista. Tocar a su lado fue mi medicina. No bebo”.

(Hacía tiempo que no tenía noticias de él. No hace tanto vino a tocar a Ourense el contrabajista argentino Horacio Fumero. Era compañero suyo en la banda de Tete Montoliu. De inmediato, le pregunté por Viboris. “A los dos meses de la muerte del maestro ciego, lo busqué por toda Barcelona. Maldita sea, lo encontré. Bebía de nuevo. Murió pronto”.)

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