Opinión

Lunes fatal / lunes feliz

Estoy en una terraza con el mejor deportista que dio la ciudad: Miguel Ángel, ya sabes, tantas temporadas en el Real Madrid. Qué cosas, ambos somos de la misma edad, yo le hice mi primera entrevista y él debutó ese día en un partido que sin duda está en el imaginario colectivo de todos los aficionados al fútbol. 

Permíteme, hermano lector, que hoy vuelva a ser cronista deportivo. Te cuento. Está feliz por su reciente premio Ourensanía. Hablamos. Me alejo de clichés y le espeto: “¿Cuál fue el día más triste de tu vida?”. Me mira sorprendido, pero yo sé por qué se lo pregunto. 

“Creo haber jugado en los campos más agresivos del mundo. Voy a serte sincero. Tengo ese día grabado a fuego. Fue el condenado 13 de marzo del 1966. Llovía del demonio. Jugábamos un partido clave Ourense-Couto. El desaparecido Couto éramos un buen equipo, mezcla de veteranos y promesas.

El Ourense necesitaba ganar para ascender, era ya el final de la liga. Nosotros no nos jugábamos nada. Yo era el portero suplente. Sucede que se lesiona el veterano Suárez y salgo al campo. Imagínate qué tensión, las gradas aullaban. ‘¡A este chico le vamos a meter una docena!’. 

Pero fue mi día, te lo digo con humildad, lo paré todo. Hacia el final todo era un griterío, nos pedían que aflojáramos, que ayudásemos al hermano mayor. Se repartió leña. Había cuentas pendientes. Detrás de mí los aficionados no cesaban: ‘¡Déjate marcar, chaval!”. 

Aquel día del 66 yo también debutaba. Había faltado un periodista y el director me dijo: “Venga chaval, espabila, quiero buenas entrevistas en los vestuarios”. Allí estaba yo con mi impoluto bloc Austral sin estrenar y mi bolígrafo Parker comprado para la ocasión. Hubo jaleo en los vestuarios. Acosaron y empujaron al eterno entrenador del Couto, Luis Soria. Me dijo: “Hoy no chaval, invéntate lo que quieras”. Urquizo, aquel entrenador vasco, me mandó al carajo. Me acerqué a Miguel Ángel. Qué pálido estaba. Fue muy breve y modesto. Llegué a la redacción desolado.

El veterano portero y yo estamos en una terraza en la plaza del Hierro. Él mira abstraído a la lejanía, a la fuente donde quizás esté toda el alma de Ourense. 

“Era 14 de marzo del 66, el lunes después del apasionado partido. Me levanté alegre, mis amigos me felicitarían. Qué va. Nada más pisar la calle un vecino me escupió ‘¡eres un cabrón, por tu culpa no vamos a ascender!’. Lo recuerdo bien, desde mi casa al colegio fue casi un calvario. Incluso alguien me empujó y escuché esas palabras que nadie quiere oír. Salí muy poco a la calle esa semana triste”.

(Cierto es: los dioses nos miran y enredan desde los balcones en que nos contemplan. 

A veces, sucede como en los cuentos que terminan: “… y comimos perdices”. Qué sorpresa. En el último partido de aquella liga, el Couto derrotó al líder en su campo. Yo estuve en aquel colosal partido de Miguel Ángel. Al día siguiente el periódico decía: "De nuestro enviado especial", y mi nombre ¡uf! Había pasado un mes. El Ourense pudo jugar la promoción. Aquel lunes 24 de abril Miguel Ángel volvió a atravesar las calles de Ourense hacia el colegio. El camino fue una procesión de abrazos. Sólo faltó el laurel sobre sus sienes.) 

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