Opinión

Qué manera de vivir

VIERNES, 3 DE DICIEMBRE

Tengo en las manos el libro “Las edades de Lulú” de Almudena, que releo conmovido. Cómo te diría, ahí están todas las huellas de la generosa década de los ochenta. Permíteme que te cuente de aquel Madrid de Tierno Galván que iniciaba las libertades. Las calles llenas de travestis, chaperos, chicos duros de barrio que bajaban al centro a buscar bronca, músicos callejeros, cines de arte y ensayo, vendedores de fanzines, tribus de navajeros, las camadas que se iniciaban en el camino de la perdición, filósofos que discutían ante un café caliente hasta la madrugada en el Café Comercial, los primeros llenos en el Pabellón de Deportes de Madrid de los primeros grupos de rock españoles, poetas y poetisas recitando en los bares, los inevitables Sol y Rock-Ola, las mañanas anfetamínicas en el Rastro, habilidosos falsificadores de recetas, las editoriales contestatarias como La Banda de Moebius donde yo publiqué, ¡ay!, todavía los Guerrilleros de Cristo Rey con sus bates de béisbol entrando altivos en los locales “progres”. No era una broma la noche. Aquel local, La Vaquería, en Libertad 8, que fundó el lúcido poeta Emilio Sola, lo destruyeron por completo con una bomba. De los ejecutores del atentado de extrema derecha, siempre protegidos por la Policía, jamás se supo. Cierto, releo el libro de Almudena y me viene la imagen de aquel tipo que entraba en los pubs con un cartel colgado a la espalda que decía escueto: “Peca conmigo y te purificarás”.


Ilustración: ALBA FERNÁNDEZ

Mi compañero de correrías nocturnas de aquellas décadas era el poeta Antonino Nieto. En la tertulia hablamos mucho de Almudena Grandes, hubo discusiones, el profesor dijo que con su muerte había habido demasiado postureo, obsesivas alharacas y que hasta fue el presidente del Gobierno. Sin embargo, con otros tan grandes o más como Escohotado a su despedida no apareció casi nadie. Insistió el profesor en que eso de que todo el mundo levantara los libros era un show pintoresco. De inmediato, contestó el psiquiatra: “El que todo el mundo levantara un libro fue un gesto hermoso, ni la mano falangista ni el puño comunista. Alzar un libro es alzar eso tan denostado que llaman cultura”. Después nos largó que su obra es un testimonio generacional, de su generación que es la nuestra. En sus libros está el espíritu de la Transición y mucho de lo que no se ha contado de la historia reciente de España.

Pero te cuento. Durante esos años, con frecuencia no se prohibía la noche y Antonino y yo, aunque no amigos, en algunas ocasiones dialogamos con ella. Tendría poco más de veinte años y ya lucía su melena negra, esa picardía de los nacidos en el corazón de Madrid en Chamberí y sus ojos que recuerdo ahora como sabios y festivos. Coincidíamos en los pubs y tugurios de Malasaña donde ella vivía. Íbamos mucho por la Vía Láctea, allá en la calle Valverde, donde ponía discos Nacho Campillo, fundador de Tam Tam Go! Era inevitable cerrar la noche en el pub Santa Bárbara, allá en Fernando VI, donde acudían los intelectuales progres, Sánchez Dragó, Savater, esa tribu. Reinaba allí la brillante abogada Cristina Almeida, que por fortuna todavía hoy sigue alegremente en la brecha. A cuánta gente que luchó contra la dictadura sacó del trullo.

Pero volvamos a Almudena. Era la imagen de las primeras feministas, de las chicas progre de la época. Jersey de cuello de cisne negro, pantalones de pana, melena negra, que guardaban en su bolso casi clandestino “El segundo sexo” de Simone de Beauvoir. No es extraño que contase arrebatada aquella década de fiebre y hedonismo. ¡Ay!, siempre contó que tuvo un abuelo que a veces le hablaba de la guerra civil y un día le regaló el libro que la marcó para siempre: “La Odisea” de Homero, que le mostró al hombre frente a la adversidad e incluso frente a los dioses. Pienso que Ulises está de alguna manera presente en todos sus libros. Sin duda, fue su abuelo el que la empujó a escribir sobre la desgraciada historia de la guerra y la posguerra española.

Vagamente recuerdo verla en el Manzanares, ella tan forofa del Atleti como yo. Entonces qué equipazo: Arteche, Rubén Cano, Futre, Leivinha, como en el himno de Sabina: “Qué manera de sufrir,/ qué manera de palmar,/ qué manera de vivir”.

Almudena vivió el espíritu libertario de la Movida. Cielo Santo, qué envidia, todas ellas estaban enamoradas de la voz cálida de Luis Eduardo Aute. También las enternecía el olvidado Hilario Camacho, que firmó aquella inquietante canción “Tienes veinte años”. Siempre sufrió de soledad Hilario y una tarde invernal y solitaria se suicidó. Almudena y todos nosotros acudíamos los fines de semana al “Johnny”, como llamábamos al colegio mayor San Juan Evangelista, donde en su espléndida sala actuaban todos los artistas y cantantes de entonces. Cómo pasa el tiempo, de aquellas uno de los apasionados líderes del “Johnny”, encargado de las actuaciones, era el hoy director de la televisión gallega, Alfonso Sánchez Izquierdo. Entonces los dos estudiábamos Periodismo.

(En la tertulia hablamos de Almudena Grandes y decidimos por votación su relato más conmovedor. Sin duda, la fallida epopeya de aquellos diez mil maquis comunistas que el 19 de octubre de 1944, desde Francia, entraron por los Pirineos dispuestos a recuperar la España republicana. Juan Negrín volvería a ser presidente. Se alzó la bandera de la República en Viella. Hacía pocos meses que los aliados habían desembarcado en Normadía. Inocentes, pensaron que los aliados les ayudarían y que los paisanos los apoyarían. Nada de eso ocurrió y los paisanos se encerraron en sus casas asustados. Franco envió a sus más duros generales, Moscardó y Varela, con cincuenta mil hombres. No se sabe el número de muertos. Todo se ocultó. Almudena rescató esa página escondida de nuestra historia.)

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