Opinión

DE NUEVO, LA CORRUPCIÓN

Estos días, tras la destitución del ministro francés del Presupuesto, 'Le Figaro' publicaba un sondeo en el que el 70% de los encuestados afirmaban que todos los políticos son corruptos, desde la extrema derecha hasta la extrema izquierda. En España, la preocupación de la ciudadanía por la corrupción alcanzó este mes, según el CIS, su máximo histórico. Es verdad que tanto en España como en Francia colean todavía no pocos casos de corrupción que afectan al corazón de las instituciones más relevantes y que ello incide en gran medida en la opinión generalizada que el pueblo tiene de este tema.


Mientras que el pueblo manifiesta, como puede, su descontento con el actual funcionamiento de la política, la capacidad de reacción de los dirigentes de las principales formaciones partidarias, al menos en España, es francamente lenta. Al menos no es proporcional a las demandas de cambios y transformaciones que solicitan los ciudadanos. Unas reivindicaciones que, de una u otra manera, tarde o temprano, tendrán que asumir.


El caso, por ejemplo, de la inclusión de los partidos, sindicatos, y hasta la Casa Real en la ley de transparencia, revela hasta qué punto la realidad supera, y por varios cuerpos, a una clase política sin reflejos, atrincherada en sus puestos para defender la posición numantinamente. Los cambios en el régimen, organización y funcionamiento de los partidos son imparables, como imparable es la necesidad de que todas las instituciones, públicas o privadas, que manejen fondos públicos, estén a la vista de los ciudadanos, pues no se puede olvidar que son ellos los verdaderos dueños de los recursos del común.


Que la corrupción este mes haya alcanzado el máximo histórico de la serie en la encuestas del CIS es una nueva llamada a la regeneración del sistema político. Un sistema que hace aguas por los cuatro costados y que reclama medidas con urgencia. Unos y otros, tirios y troyanos, tienen en su seno escándalos de gran repercusión que están minando la confianza de los ciudadanos en la forma de gobierno. Y la confianza de los ciudadanos es fundamental para que el sistema esté firmemente asentado sobre sólidas bases.


El tiempo pasa y la tentación autoritaria gana espacio ante la inactividad de quienes deben tomar la iniciativa y emprender los cambios que hacen falta. Sin hacer nada se cumplirán, es lógico, las profecías más sombrías. Los partidos tienen ante sí una responsabilidad histórica: alcanzar acuerdos que devuelvan el pulso democrático, profundamente humano y social, a un régimen que ha sido secuestrado por las minorías dirigentes al interior de las formaciones. No es cosa sólo de primarias, de listas abiertas, de elección universal y secreta de las direcciones. Es eso, por supuesto, y mucho más. En mi opinión se trata de hacer un profundo chequeo a las estructuras democráticas para dotarlas, eso es lo más difícil, de la savia que le es propia. Para que respiren el aroma del pueblo, de la gente corriente, de la ciudadanía y, de una vez por todas, se elimine es tufo tecnoestructural y autoritario que todavía domina en esas terminales de la dominación que tanto daño, sobre todo a las personas corrientes y molientes, han infligido estos años. El tiempo se acaba y la desconfianza crece, ¿ o no?

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