Opinión

El chapapote político

Del vertido del Prestige a la crisis de los pélets. De los decretos onmibus a la precariedad del Gobierno

Hagamos memoria contemporánea. El chapapote fue una palabra que se puso de moda con el vertido del petrolero Prestige en 2002 provocando un desastre ecológico de gran magnitud en la costa gallega. Hasta entonces muy pocos sabían lo que era el chapapote, también conocido como pichi, chapote, fuel, galipote o galipó. Y aunque la Fundéu eligió “polarización” como palabra del año 2023, en 2024 hay un nuevo vocablo en el diccionario de la política que emerge con fuerza por razones electorales. Esa palabra es “pélet”, nombre que recibe el plástico comprimido para almacenar y transportar antes de ser procesado para bolsas, botellas, vasos o cualquier otro producto final generado por la industria del plástico. Los pélets, denominados también nurdles o lágrimas de sirena, son los gránulos que en grandes cantidades, seis contenedores, vertió el mercante Tocano frente a la costa de Portugal a comienzos de diciembre. Durante todas las Navidades, el mar los ha arrastrado al litoral gallego, asturiano y otros puntos de la cornisa cantábrica. Pero esta olla a presión que es la política española, estalló en los madriles de precampaña gallega con cierta mala fe electoralista comparando el vertido de plástico con el vertido del Prestige. Y con vista a las elecciones, el debate se ha convertido en un gran chapapote político y electoral con voluntad de complicarle la mayoría absoluta a Alfonso Rueda.

La Xunta ha señalado al Gobierno central por su tardía notificación del vertido, con un mes de retraso desde que Portugal dio la alerta, porque es el Ejecutivo el que tiene competencias marítimas y de costas. Pese a ello, desde la Moncloa y sus altavoces político-mediáticos se desplegó una coordinada campaña de acoso y derribo que recuerda demasiado al movimiento Nunca Máis. 

Aun rigiéndose por el criterio ecológico, se nota a la legua marina que este vertido de los microplásticos se ha tratado de inflar políticamente como una ballena de finalidad electoral, aunque amenaza con revolverse cual enfurecida Moby Dick contra aquellos que tratan de sacar rédito en las urnas. En política, este tipo de prefabricado plástico artificioso no suele funcionar porque su marea cutre termina manchando a quienes sólo conciben la política como propaganda. En plena crisis del Prestige, con el chapapote tiñendo de negro las playas gallegas, el PP ganó las elecciones y arrasó en Muxía y demás localidades afectadas por el vertido de fuel. Eso significa que el pueblo gallego sabe distinguir la propaganda política de la magnitud de una catástrofe ecológica, y más cuando en este caso la crisis de los pélets tiene una dimensión mucho menor a la de entonces pues según los primeros informes de la Xunta el plástico vertido no es tóxico, aunque contamine.

El chapapote político suele aparecer con demasiada frecuencia en España durante periodos electorales, porque vivimos en un país con inclinaciones dramáticas al teatro tremendista de la confrontación y el surrealismo. De aquí al 18 de febrero, fecha de las elecciones gallegas, asistiremos al estiramiento del plástico hasta ver si multiplica o resta escaños. Las denuncias de la oposición a la Xunta mantendrán vivo el debate con el objeto de engordar la crisis. Y ni la alerta 2 que permite la ayuda estatal calmará las ambiciones electorales porque esa es la auténtica finalidad oculta de la política plastificada. La finalidad real debiera consistir en que las distintas administraciones colaboren para limitar los daños en beneficio de eso tan socorrido y necesario que es el interés general. 

El chapapote político, ya sea de plástico o de fuel, enreda a la opinión pública y publicada con la intención de ser causa-efecto de un resultado electoral o con la finalidad tramposilla de tapar asuntos de mayor calado y vergüenza como la amnistía, las multas a las empresas que no regresen a Cataluña, la condonación de 15.000 millones de deuda catalana, el paro y la desigualdad entre ciudadanos y territorios. El chapapote atrapa incluso la debilidad del Gobierno y la naturaleza destructiva de sus socios en la esperpéntica votación de los tres primeros decretos-ley de la Legislatura que causó un bochornoso vertido de indecencia con cesiones de dudosa legalidad. El chapapote político consiste en aplicar el doble rasero en asuntos de corrupción o de piñatas, en transformar la mentira y el engaño en cambio de opinión o en perseguir a los jueces mediante comisiones lawfare. El chapapote político no es un omnibus ni un simple hilito de plastilina, pero tampoco la destrucción de la separación de poderes o la liquidación del Estado de Derecho y del mal llamado régimen del 78. El chapapote nada tiene que ver con el que te vote Txapote pero rezuma tics autoritarios de ramalazos autocráticos que se manifiestan en la chapucera votación del Congreso en el Senado. Chapapote es la imposición tardía de las mascarillas o la ocurrencia/globo sonda de las autobajas sin consenso. Todo eso es el chapapote político, un pellet de microplástico partidista que se amolda a la necesidad del relato con el que construir una estrategia electoral para okupar el poder.

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