Opinión

¡Es posible!

Vivimos unos tiempos convulsos en nuestra sociedad; la situación política es incierta y radicalizada, la economía parece agobiarnos y somos cada vez más pobres, el ambiente social se crispa, las guerras asolan nuestro mundo, ya resulta difícil saber en qué consiste la diferenciación sexual, la verdad se ha convertido en lo que cada uno decide, los valores morales han dejado de ser criterios válidos para todos, lo que hoy es verdad mañana es una opinión o una mentira, la justicia ha dejado de ser tal, el lenguaje ya no designa la realidad, nos hemos creado una realidad virtual que no corresponde con lo real… y así podríamos seguir. 

En medio de estas situaciones, convulsas y tan contradictorias, sigue habiendo personas que se mueven por grandes ideales, por verdades firmes, por principios morales universales, o, al menos, lo intentan.

Tengo la fortuna de vivir en medio de ellos, en el Seminario de nuestra ciudad, en donde un grupo de jóvenes tratan de orientar sus vidas según la Verdad, la Bondad y el Amor, y lo escribo con mayúsculas porque no sólo se trata de grandes palabras, sino que hacen referencia a una persona: Jesucristo. Porque, como decía Benedicto XVI: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida”.

Puede parecer utópico en la situación en que vivimos, pero ¡viva la utopía!

Necesitamos, más que nunca, la ilusión, la esperanza, de saber que un mundo mejor, una sociedad mejor, es posible. De pensar en positivo, de organizar nuestras vidas en claves grandiosas y no reduccionistas, en saber que el amor es imaginativo, que la preocupación por los demás y el cariño son capaces de renovar tantas estructuras, límites, egoísmos.

Quizás todo esto pueda parecer imposible con sólo nuestras fuerzas, pero para Dios nada hay imposible, y la historia es testigo.

 En estos días que celebramos el Día del Seminario, los ourensanos podemos levantar la vista, dirigir nuestra mirada hacia el monte de Ervedelo, donde ese magnífico edificio que es el Seminario nos recuerda que un mundo mejor, una sociedad donde el amor de Dios se manifieste en nuestros actos, es posible.

 Tal vez a veces juzgamos por lo vacíos que están los seminarios españoles cuando en el resto del mundo las cosas parecen ir por otro lado. Pero también es el momento de juzgar y ver que la universalidad de la Iglesia, su catolicidad, es algo que nos desmiente continuamente. Por eso hoy en día contemplamos en nuestras comunidades parroquiales e incluso en nuestros seminarios que el Evangelio, el cristianismo también hoy ¡es posible!, cuando vemos a tantos sacerdotes de otras latitudes presidiendo nuestras parroquias, lo cual es positivo.

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