Opinión

La Estrella

La alcaldesa de mi pueblo, Santiago, que lleva muy a gala ser tolerante y solidaria con el pensamiento ajeno, sobre todo si coincide con el propio y a pesar de, o a propósito de (¡nunca se sabe!), ser una comunista de pro y a mucha honra, se ha empeñado en que la Navidad la celebremos a lo grande y para ello ha mandado que se engalanen las calles y hasta la fachada del Ayuntamiento con grandes estrellas de ocho puntas. Nacimientos hay bastantes menos, pero, en fin, es que los católicos tenemos vicio con eso de querer vivir nuestra fe en la calle y bueno tampoco es para tanto. Un Nacimiento y compartido con el Apalpador ¡vale!, más ya sería catequizar a la opinión pública y tampoco hay que pasarse.

Todos los seres humanos somos “animales simbólicos”. Es algo natural. Lo podemos ver desde los niños que dibujan nubes, animales o cosas, sin saber qué cosa es exactamente. La sociedad le da significado y los símbolos no solo reflejan un fragmento o representación de la realidad perceptible, también pueden resumir en su diseño una historia, filosofía y/o ideología.

La estrella ha tenido participación en rebeliones y revoluciones desde hace siglos. En la Comuna de París se levantaban las banderas rojas y en las paredes se rayaban estrellas. Simbolizaba, para los primeros rebeldes y revolucionarios, el futuro, el cambio y la lucha. Cobra relevancia cuando es colocada, junto a la hoz y el martillo, en la bandera roja de la URSS. Unos años antes, en 1908, Alexander Bogdanov la menciona en su novela Estrella Roja, una delirante fantasía utópica que imagina un paraíso socialista en Marte. En 1918, Trotski la erige como símbolo del internacionalismo y termina por establecerse claramente una confrontación entre la estrella roja y la de Navidad, a la que pretende eclipsar. Por último, para millones de personas representa el símbolo del socialismo totalitario que les sometió a purgas y represión.

Por el contrario, para los católicos en los días de Navidad la estrella se convierte en símbolo de lo que vivimos como cristianos. Colocada en el Belén nos indica que Jesús está ahí. Es la que guio lo pasos de los Reyes Magos hasta encontrarlo. Es el símbolo de fe que nos ayuda a entender el significado de la luz de la que nos habla el Evangelio. No busca un espectáculo fabuloso y extraordinario para encandilarnos haciéndonos permanecer absortos contemplándola. Todo lo contrario, lejos de mantenernos estáticos y pasivos, nos indica un camino, una dirección, un sentido a nuestra vida.

Su misión es iluminar y no ofuscar, su brillo no deslumbra, ni su resplandor obnubila. Es una tenue centella que no se impone, ni nos ciega para que no veamos nada más. Nos guía en medio de las sombras, aunque de manera discreta, sin forzar nuestra libertad. Su luminosidad nos ayuda a reconocer lo que vemos, porque sin ella, somos incapaces de percibir el rastro de Dios en la historia y, por tanto, viviríamos ajenos al sentido profundo de la existencia.

Visto todo esto, y teniendo para mí que la estrella representa cosas distintas para la alcaldesa y para mí, me pregunto, ¿Por qué esa fiebre por colocarlas en toda la ciudad? No será que se pretende, desde un punto de vista de ingeniería social, normalizar su visión de la estrella y blanquearla para que nadie considere que están fuera de lugar cuando se incorporan a las banderas. ¡Ahí lo dejo!

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