Opinión

Sociedad narcisista: Ni gratitud, ni deberes, ni culpa

Fue el bello y vanidoso Narciso, personaje de la mitología griega, incapaz de amar a otras personas que murió por enamorarse de su propia imagen, quien inspiró el término narcisista, que parece expandirse como una plaga en la sociedad contemporánea, tanto a nivel individual como colectivo. Basta con observar el consumismo rampante que fomenta la exaltación del yo. 

Para los narcisistas, el goce o el placer debe ser inmediato

La sociedad actual ha creado individuos, ególatras y narcisistas, que tienen en la inmadurez uno de sus rasgos. Nuestros tiempos se ven dominados por formas de infantilismo generalizado, asociadas a una cultura de consumo que nos invita a “saciar” nuestros apetitos más inmediatos, dejando de lado las necesidades a largo plazo, que son las que verdaderamente sirven para vivir mejor. Sin embargo, para los narcisistas, el goce o el placer debe ser inmediato, no se puede esperar ni un segundo para obtener la satisfacción del deseo, porque lo rápido es sinónimo de calidad. 

La seguridad en sí mismo es superlativa y la arrogancia le conduce a cierto liderazgo

Los narcisistas pretenden que todo gire en torno a sí mismos, reclamando de los demás aplausos, elogios, admiración y reconocimiento de su valía. Aquí cobra vida otro fenómeno relacionado con esto, el complejo de superioridad, que es un sentimiento o vivencia afectiva interior que hace que el sujeto en cuestión se vea muy por encima de quienes le rodean. La seguridad en sí mismo es superlativa y la arrogancia le conduce a cierto liderazgo, pues se trata de gente que nunca quiere estar en segundo plano. 

Aunque se rodean de palmeros para defenderse de las críticas, a estos sujetos, les gusta formalmente rechazarlos. Así, el presidente Pedro Sánchez, afirma muy ufano, “estoy harto de palmeros”. Esto plantea un peliagudo problema. ¿Estará harto de sí mismo? Porque su principalísimo palmero es él mismo. Tal vez sea verdad que no necesite de ellos, porque un narcisista con cualidades ciertas como él, suele tener la piel tan dura y resbalosa y las críticas no le hacen mella, porque sencillamente le resbalan.

Para que la Sociedad funcione se requiere colaboración, esfuerzo, deberes de los ciudadanos con el grupo y sentimiento de culpa ante los errores. Pero hablar hoy en día de esto es casi tabú, porque a los ciudadanos se les hace creer que sus derechos individuales son como el chicle: se puede hinchar y estirar sin cesar. Y si molesta a alguien, allá él. Estoy en mi derecho. Y si el globo estalla en la cara del otro, como mucho una disculpa y que se aguante. Obviamente, está bien que se valoren y respeten los derechos individuales, pero cuando estos se ejercen sin límites se entra en el terreno del narcisismo. 

¿Por tanto, estamos condenados a ser idiotas?

La obsesión por nosotros mismos, nuestra imagen, nuestros logros, nuestro “crecimiento personal”, nos nubla el juicio y nos convierte en lo que los griegos clásicos definieron como un idiota: aquel que es incapaz de ocuparse de los asuntos comunes, con la tragedia, individual y colectiva que eso supone. ¿Por tanto, estamos condenados a ser idiotas? Byung-Chul Han sostiene que solo romperemos este círculo vicioso, volviendo al amor, no al amor como terapia, o como forma de crecimiento personal, sino al amor que es capaz de ver al otro. 

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