Opinión

El desconocido ausente

Para los creyentes es relativamente fácil acudir a la devoción de un santo o del mismo Cristo, pero les resulta complicado acudir al Espíritu Santo. Quedó claro en los siglos IV y V. En Nicea (325) se afirmó que Jesucristo es Dios; en Constantinopla (381) se definió la divinidad del Espíritu Santo; en Éfeso (431), María como madre de la segunda persona de la Santísima Trinidad (Theotokos), y en Calcedonia (421) se promulgó el dogma de la humanidad de Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre. Sería muy interesante que sobre todo en las aulas de religión se estudiase esta época. Yo procuro siempre hacerlo y se comprueba cómo la fe de los alumnos adquiere así un fundamento secular.

En Nicea se condenó el arrianismo, herejía que negaba divinidad a Jesucristo y su eternidad, al considerarlo como un semidiós y demiurgo que también negaba el dogma trinitario. La presencia de esta herejía y las controversias que suscitó son fundamentales para entender la importancia del Concilio de Nicea, convocado por el emperador Constantino hacia el 325. Entre sus objetivos estaban solucionar el problema arriano, buscar la pacificación general y la organización de la Iglesia y limar la diferencia en relación a la celebración de la Pascua, entre otras. Es de destacar en la lucha contra el arrianismo al abad Martinho de Dume (cerca de Braga), que convirtió a los suevos comenzando por su rey, Carriarico. 

Constantino convocó el concilio de Constantinopla y al concilio se debe que el resultado doctrinal de Nicea fuera asumido definitivamente como patrimonio común de las Iglesias en Oriente y Occidente. Después de tratar este asunto, se abrió un paréntesis para afrontar la cuestión de los macedonios sobre la divinidad del Espíritu Santo, y fue presentado un nuevo símbolo que seguía al de Nicea, pero agregaba elementos precisos para recalcar la consustancialidad del Espíritu Santo: “Señor y dador de vida, precedente del Padre, adorado y glorificado junto con el Padre y del Hijo”. Pese a esta declaración dogmática, el Espíritu Santo sigue siendo el gran olvidado

En Éfeso faltaban dos puntos por aclarar. El primero es que en Jesucristo hay una sola persona, la segunda de la Santísima Trinidad, y de ella la Virgen es madre y por eso es Madre de Dios (Theotokos). Hacia el 428, Nestorio, de la escuela antioquena, asume la sede episcopal de Constantinopla llevando consigo la cuestión de la maternidad divina de María. A las ideas de Nestorio se opuso Cirilo de Alejandría; ambos acudieron al papa y en medio de esta controversia, el emperador Teodosio II convocó el concilio en la neutral ciudad de Éfeso, que fue presidido polémicamente por Cirilo. 

Por último, el Concilio de Calcedonia promulga y define que Jesucristo es verdadero Dios pero también verdadero hombre. León Magno, apoyado por el emperador Marciano y la emperatriz Pulqueria, convocó el concilio de Calcedonia, donde Roma y Constantinopla estuvieron muy cercanos por la actitud política. En lo dogmático, este concilio, realizado cuando todavía seguían abiertas las heridas, permitió afianzar la cristología (una persona y dos naturalezas). 

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