Opinión

Las exigencias de la Iglesia

Existe con esto de la Iglesia algo muy curioso. Usted, querido lector, es socio de cualquier institución y automáticamente debe cumplir las normas que la rigen y si las omite le ponen en la calle y punto. Y los rectores de esa institución tienen la obligación de dar las normas y exigirlas. Pero con la Iglesia ocurre todo lo contrario. Todos se creen con el deber y el derecho para opinar y querer marcar las directrices, cuando hay un código, un Evangelio y unas normas que están muy claras. Si un cura exige lo estipulado, que contraría los planes de algunos, ya la arman. Se organizan banquetes e invitaciones y a última hora se avisa al cura que, si tiene la agenda ocupada y no puede, enseguida se le pone a caldo.

Si da los sacramentos sin preparación, malgasta los sacramentos. Si exige preparación es un exigente y sólo pone dificultades. Si está visitando a los fieles, nunca está en la parroquia. Si está siempre en el despacho, no está junto a las realidades. Si no hace encuentros y reuniones, aquí nunca se hace nada, y si los hace, estamos hartos de reuniones. Si hace obras, gasta en tiempo de crisis; si no las hace, es un abandonado. Si hace caso a los consejos parroquiales, lo manipulan, y de lo contrario, es un individualista. Si va de clergyman es un carca y si no éste no parece cura. Si predica más de 10 minutos, no acaba nunca, y si menos, éste no se prepara. Si pide, es pesetero, y si no, le sobra el dinero. Si es joven, no tiene experiencia, y si viejo, debe retirarse. Y cuando muere ¡era insustituible!

“Ustedes acaban con la Iglesia”, “así se queda vacía la iglesia”, y frases similares. Son las incomprensiones que en el día a día sufren más uno de nuestros párrocos, y cuando menos es injusto. Bien que se le corrija si es menester siguiendo las normas de la caridad como a un padre, pero están fuera de lugar los reiterados y despiadados ataques creándole situaciones insostenibles. Y de esto hay varios ejemplos.

Las comunidades parroquiales deben ser como una familia en la que ni el párroco debe hacerlo todo ni menos aún ser un títere en manos de algunos que pretenden manejarle a su antojo, saltando las normas establecidas que son universales y deben seguirlas. A los párrocos. como a cualquier persona, les cuesta dar negativas pero tienen el deber ineludible de hacerlo cuando su misión es cumplir y hacer cumplir las normas. Eso ha jurado el día de su toma de posesión.

Cada uno debe tomar cuenta de su misión en esa comunidad y, por ejemplo, la presidencia de las celebraciones es exclusiva del sacerdote o en casos del diácono por mucho que haya grupos que preparen y bien las ceremonias. Porque de lo contrario tendríamos que volver a aquella frase de un párroco que, harto de ser manejado, les soltó una sonada frase: "Y ahora suban ustedes prediquen y consagren también para lo que falta..."

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