Opinión

La ingratitud: héroes o villanos

Lo que está ocurriendo los últimos años con Iker Casillas es una muestra más de una de las debilidades de este pueblo que es la ingratitud más inhumana. Ha pasado de héroe a villano, de “San” Casillas a objeto de las críticas más despiadadas lo que es absolutamente inhumano e injusto. Todos somos de carne y hueso y el portero, hoy del Porto, también lo es. Todos tenemos momentos buenos y otros, sobre todo como fruto del paso de los años, menos buenos. Por eso ni la peana de la santidad ni el abismo de la gehena.

La gratitud, el saber reconocer a cuantos han hecho algo por nosotros es una virtud muy de alabar, aunque en el mundo en el que estamos parece que muchos la olvidan. Y la cosa viene de muy lejos, desde que existe la humanidad, y llega a mi memoria siempre que leo el libro del Éxodo (32, 7-14). Aquel pueblo que tanto debía a Moisés que le había sacado de Egipto e incluso lo alimentó en el desierto, llega un momento en el que su libertador se había ido al Sinaí a recoger las Tablas de la Ley y le volvieron la espalda yendo tras los dioses paganos. Vamos, que si hubiese una estación de tren ya se hubiesen puesto a la cola para volver a la esclavitud egipcia…

Es la debilidad humana muy frágil a la hora de saber recordar lo bueno. Le haces a uno 99 favores pero te fue imposible hacerle el último y se olvidan de lo bueno y nunca más te hablan. Porque también es cierto aquel refrán que dice: “Al protegido le estorba hasta la sombra del protector”. Nunca me olvido de un alumno económicamente muy deficitario y cuyo nivel académico era una medianía pero que le habían concedido una beca por la empresa de su padre. En aquel curso había estado muy enfermo e incluso operado. Por ello, y para que conservase la beca, fui muy tolerante en el examen poniéndole la nota necesaria para conservarla. El jaleo que me armó la madre, porque según ella merecía más, fue de época. Somos así.

Y a nivel de fe acontece lo mismo. Un Padre que nos crea, nos enseña el camino, se hace hombre y muere por nosotros al que, de continuo, le volvemos la espalda con nuestra incoherencia. Esta es la realidad de la vida de tantos que hemos recibido de Él tantos bienes y a quien olvidamos una y otra vez poniéndonos a construir ídolos como los del desierto en la ausencia de Moisés. Y encima nos quejamos como el hermano del Hijo Pródigo, a quien corroían los celos porque su padre era bueno y sabía perdonar y esperar la vuelta del hijo descarriado.

En nuestra vida es necesario recordar que son infinitos los motivos que poseemos para dar gracias a cuantos nos rodean, para reconocer cuanto bueno tenemos gracias a quienes nos han formado y enseñado el verdadero camino de la vida.

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