Opinión

La sangre nunca es paz

Estamos atravesando una guerra mundial. Como cualquier clase de guerras siempre es mala. Los conflictos encrespan a la sociedad, crean zozobra, inquietud, ansiedad y estrés entre otras irreparables dolencias. Toda la interminable serie de desquiciamientos que contemplamos son fruto de ese clima que se ha creado.

¿Quién puede parar al Estado Islámico? ¿Son tan ciegos que desconocen el grave daño que están infringiendo a la mayoría del mundo musulmán? Ese fanatismo, toda clase de fanatismos son un delito grave contra toda la humanidad. Venga de quien venga. En un mundo globalizado falta globalizar la paz, crear la cultura del diálogo, la comprensión y aceptación democrática de los que piensan distinto.

Estamos todos, absolutamente todos amenazados, es la humanidad la que vive en vilo ante la amenaza que puede saltar por doquier y esto es el efecto más grave de una guerra incomprensible como lo son todas las guerras.

El papa lo está diciendo y practicando por todas partes en su ansia de ser portador de la paz. Es la inmigración, la huida de sus países de origen, son las indiscriminadas muertes de toda clase de cristianos, es la destrucción, el caos y las absurdas amenazas diarias del terrorismo yihadista en todo el mundo.

Y todo ello en nombre de Alá, el Dios al que adoran millones de personas desde que Mahoma lo propagó. Por definición la palabra dios es un ser mayor que el cual ningún otro existe. Un ser creador, protector y padre para los cristianos. Es por ello, por la evidente lógica, que nunca un dios puede querer la sangre, puede aprobar las masacres, puede bendecir la guerra que nunca será "santa". Nunca puede ser "santa". ¿Masacres en pleno Ramadán, tiempo sagrado musulmán? Increíble.

Esta situación se prolonga de forma reiterada en todos los continentes de manera desoladora. Los gobiernos que harto tienen con la crisis tienen que dedicar largos días a afrontar soluciones que nunca llegan. Es un Godot que ya tarda, posiblemente su llegada va a acontecer porque partimos de dos culturas distintas, dos presupuestos diferentes y muy distantes. Están en juego las culturas de la tolerancia, el diálogo y la caridad. Mientras estos tres presupuestos se marginen nunca habrá paz y seguirán las continuas masacres.

Han pasado, deben pasar ya los tiempos de los "paños calientes" y dejar al margen el petróleo para llamar a las cosas por su nombre. Porque da la impresión de que las medidas tardan y se mira para otro lado por culpa del oro negro. ¿qué más tiene que suceder? ¿Más muertos, más templos destruidos, más hoteles atacados, más playas ensangrentadas, más publicaciones amenazadas, más Torres Gemelas quemadas, más miles de personas inocentes degolladas, museos quemados, patrimonio inmemorial deshecho, más, más y más...?

Hace unos días esperaba en la recepción del hotel a dos matrimonios que llegaron a Lisboa desde Ourense. En la espera hable con uno de los recepcionistas marroquí y musulmán. Estaba el hombre furioso y con razón en su comienzo del Ramadán. Le llamó de todo a los fanáticos que, me decía, nos están haciendo la vida imposible a cuantos pacíficamente queremos practicar nuestra fe: "Nos rechazan y miran mal y con desprecio por culpa de esos descerebrados".

Ese es también el problema que los extremistas y el Estado Islámico debiera tener en cuenta si le quieren a su fe a su cultura y al Corán.

Mientras esto continúe así a Occidente sólo le queda responder de manera contundente ante una invasión que está ahí pero nunca cruzarse de brazos y pronunciar condenas muy bellas pero que, por lo que se colige, de nada sirven más que para seguir creando esa zozobra en la que nos ha tocado vivir.

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