Opinión

Una madre

Celebrábamos el pasado viernes a la patrona de la Península Ibérica (España y Portugal), la Inmaculada Concepción. Y precisamente en este año en el que se celebra el Centenario de las Apariciones de Fátima bien sería recordar las breves pero certeras palabras del papa Francisco en el día 13 de mayo en la canonización de dos “pastoriños”. Algo le faltaría a la Iglesia sin la presencia de una madre, y la Virgen fundamentalmente es madre tal como desde el Calvario la legó Cristo a todos representados en San Juan. Personalmente discrepo de haber trasladado el Día de la Madre para el mes de mayo. Siempre se celebró el 8 de diciembre. Acaso razones más comerciales que espirituales hicieron el cambio. Desde el Calvario es Madre nuestra y desde la Anunciación, tal como el Concilio de Efeso en el siglo V así lo definió, es Madre de Dios: la “Theotokos”.

La homilía del papa en el día de las canonizaciones giró precisamente sobre su maternidad y así lo repitió varias veces: “Tenemos madre. Fátima es, sobre todo, su manto de luz que nos cubre. Tenemos madre, tenemos madre y agarrados a Ella como hijos, vivamos la esperanza. Una Señora tan bonita como comentaban los videntes de Fátima. Fundemos nuestra esperanza en esa humanidad colocada en el cielo a la derecha del Padre. Una esperanza que nos sustente siempre hasta el último suspiro. No podía dejar de venir aquí y venerar a la Virgen madre y confiarle a sus hijos e hijas, que bajo su manto no se pierden. Esperanza y paz que necesitan y suplico para los presos y parados, para los pobres y abandonados”. Y dese esta perspectiva Francisco insistió: “Descubramos de nuevo el rostro joven y hermoso de la Iglesia, que resplandece cuando es misionera, acogedora, libre, fiel, pobre de medios y rica de amor”. Y allí, ante esa Madre pidió: “Paz y esperanza y una movilización general contra la indiferencia que nos hiela el corazón”. 

Más de millón y medio de personas siguieron con un silencio impresionante las palabras del pontífice del mismo modo que las del obispo de Leiria cuando habló de los dos nuevos santos: “Francisco sufre con Dios y trata de consolarlo y se deja habitar por la presencia invisible de Dios. La espiritualidad de Jacinta se centraba en ofrecer a Dios sus sufrimientos y sacrificios, como señal de su disponibilidad para ser totalmente de Dios”. Porque, lejos de ser la devoción a la Virgen algo angelista, es algo real y que los creyentes lo palpan cada día y en cada instante. Una madre es ese ser cercano siempre dispuesta a ayudarnos. Como Madre de Dios puede hacerlo, pero además, como madre nuestra quiere ayudar a sus hijos. ¿Qué madre deja de preocuparse de sus hijos? Bien lo decía Castelao cuando afirmaba, a propósito de los cruceiros gallegos, que: “Un home nunca deixa de ser neno no colo da sua nai”.

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