Opinión

Vacaciones ¿para qué?

Sería injusto tanto para los alumnos como para los profesores que nos quejásemos de los días que a lo largo del año académico tenemos de vacaciones. En primer lugar, los meses de verano, a los que debemos añadir los días de Navidad y los de Semana Santa. Además, debemos añadir varios puentes y días sin aulas que provienen de las festividades ya sean locales o autonómicas. Sinceramente creemos que serían injustas las críticas. 

Hace unos años se debatió la necesidad de eliminar las tareas para casa y se aducía el argumento de que los niños y adolescentes necesitaban más tiempo para disfrutar con sus padres y compartir la vida familiar. Los que así pensaban y sostienen poseen grandes dosis de razón, pero de ningún modo la tienen toda. Como en todas las facetas de la vida, se requiere una escala de valores que los padres deben ser los primeros en controlar y sobre todo administrar. Cierto que son necesarios momentos para el diálogo familiar y la convivencia como algo esencial para la formación. Pero todo tiene un límite. Son días –la vacaciones- para compartir la amistad y la vida familiar.

Pero habrán de coincidir conmigo en que para bastantes se convierten en unas jornadas para “disfrutar” de las “play”, los momentos de distracción que nos ofrecen las redes y darle excesivo uso a los teléfonos móviles. Toda una realidad actual.

Yo me pregunto cómo los padres se esfuerzan para que sus hijos sean capaces de compaginar los tiempos de ocio y de encuentro con los amigos para repasar y formarse a la vez que se aficionan a la lectura y a la necesaria cultura. Baste ver qué programas ven en la televisión y las horas “perdidas” que dedican a temas sin fondo ni forma. Muy triste cómo algunos jóvenes de hoy en día se conocen de memoria programas de dibujos animados e incluso de violencia y cambian de canal cuando aparecen temas culturales e históricos serios. Eso desgraciadamente ¡no les interesa!

También es cierto que conozco algunos padres que apagan la tele durante las comidas y les retiran los teléfonos gran parte del día.

En la educación, tanto en casa como en el colegio, cuesta a veces mucho poner orden y hacerles guardar toda una serie de “artilugios” que les distraen enormemente. Cuesta ser duros, pero en la educación hay que saber utilizar tres principios básicos: el ejemplo, la autoridad y el amor. Mal camino seguirá la educación si se olvida alguno de ellos.

El amor es fundamental en cualquier comunidad humana. Sin él estamos viendo los lamentables sucesos que ocurren en algunas partes del mundo y que, desgraciadamente, se están convirtiendo en una terrible paga. Muchos de los crímenes en algunas escuelas muy posiblemente tengan su origen en una formación familiar fría.

El ejemplo es igualmente algo fundamental. Sigue siendo cierto que una imagen vale más que mil palabras. Nunca podremos pedir a los jóvenes algo que los mayores nunca hacemos. Aquella frase que nunca olvido y pronunciada por un adolescente al que sus padres mandaban que fuese a misa un domingo: “Cando serei grande para non ir a misa, como o meu pai”.

Y la tercera columna de la educación es la autoridad, a la que nunca un buen educador puede renunciar, nunca. Hace poco vi las lágrimas de un padre que de espaldas a su hijo sufría por tener que corregir seriamente a su hijo y retirarle el teléfono que le ocupaba todo su tiempo.

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