Opinión

Premios y castigos

Es ley de vida que te premien y que te castiguen por un cúmulo de actuaciones a lo largo de la existencia y convivencia entre tus semejantes. Es por eso que muchos padres enseñan a los niños que la realidad de la vida está en función de estos dos conceptos, sin reparar en que sólo se trata de dos extremos, el ínfimo y el supremo en una sucesión de etapas de varias variables aleatorias. Tenemos la oportunidad de premiar cuando las cosas van bien, no está por demás que así sea, y también podemos hacerlo cuando queremos acallar nuestra conciencia al no habernos ocupado de nuestros hijos como debiéramos. Premios, regalos, obsequios y más dones son un buen recurso para llenar virtualmente un espacio vacío que no pretendemos compartir, al tener que renunciar al ritmo social que nos marcamos, y que irónicamente he señalado en ocasiones, con la premisa ’no sé bien de dónde nos viene impuesto’.


Actualmente el exceso de premios, todavía, no está legislado. Creo que si pudieran ’meterle mano’ tampoco lo harían, con la marabunta imparable del mercado actual; pero en las normas que deber haber en cada hogar, en cada familia, el exceso de premios crea una imagen tan distorsionada en los niños, que se acarrean peligros inminentes como: las nuevas experiencias (el que lee, entienda) y la frustración personal. En dicho orden familiar debe haber un equilibrio entre premios y castigos. Este segundo concepto resulta ser el contrapunto necesario y complementario del primero. Por fortuna sí está legislado, aunque intencionadamente malentendido por muchos (que llegan a compararlo con lo que no es comparable) y excesivamente regulado por los que les toca gobernar. Llegados a este punto tengo que citar a especialistas de la educación como Jaume Sarramona, que públicamente manifiesta la necesidad de castigar a veces con un azote en el trasero del niño, para evitarle algún peligro inminente. Pero no hay que ponerse en un caso tan extremo. Todos hemos recibido algún azote en las posaderas, y no hemos quedado tarados ni traumatizados. El problema está cuando tienes el concepto de que lo que haces mal produce dolor, y ese dolor lo tiene que experimentar el niño o la niña bajo un castigo corporal. O cuando descargas tu ira sobre tu hijo dando palos a diestro y siniestro. Cuando alguien enseña esta idea o tiene un problema de formación, o está reproduciendo modelos totalitarios muy peligrosos. Pues bien, para estos chalados que maltratan tiene y debe haber una legislación que proteja a los menores.


Sin embargo hay castigos más difíciles de controlar, y éstos son mucho más dañinos. Con una normativa excesiva corremos el riesgo de que los padres opten por ignorar a sus hijos. Malas miradas, gritos continuos y contradicciones son castigos psicológicos que no aportan nada bueno al desarrollo de la personalidad de los niños. Ellos tienen el sentido de la justicia muy presente y cuando no saben el porqué están castigados, sufren un caos mental que sólo llega a confundirlos, creándoles inestabilidad emocional. ¿Cuál es el castigo positivo? Habitualmente los padres amenazan con quitarles cosas que a los niños les gusta. Si no haces esto, no vas al parque. Si no comes todo, no te dejo jugar con tus amigos..., sería más sencillo decirles que si obedecen a los papas merecerán hacer lo que les gusta.


Ahora bien, hay mucho más que premiar y castigar. En la vida diaria algunas veces te premian cuando no lo mereces, y te castigan cuando deberías ser premiado. Eso sí, a menudo te ignoran y te infravaloran. Hasta un buen día en que desapareces y, entonces, todo se transforma en halagos, beneplácitos y premios. Quizás sea que de vivo las cosas se ven de otra forma, o quizás tenga razón el refrán gallego: ’A morte sempre quere ficar bem’.

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