Opinión

¡Oh Virgen de los Milagros de Ourense, joya preciosa!

El obispo de Ourense con un grupo de jóvenes que realizaron ayer la peregrinación hasta el santuario.
photo_camera El obispo de Ourense con un grupo de jóvenes que realizaron ayer la peregrinación hasta el santuario.

Mi nombre es José Manuel Salgado Pérez. Soy sacerdote de la Diócesis de Ourense desde hace más de 7 años. Mis padres son originarios de una pequeña aldea llamada Navallo, en los montes de Laza (comarca de Verín), perteneciente a la Parroquia de Santiago Apóstol de Correchouso. Como toda la gente de aquellas tierras siento la emoción que nos llena el corazón al llegar los últimos días del mes de agosto. Tengo 31 años y puedo decir que llevo 32 años peregrinando al Santuario del Monte Medo; la primera vez en el seno de mi madre, muchas veces en sus brazos o de la mano de mis abuelos y mis padres y tantas otras veces ya de joven, de seminarista y de sacerdote. He llegado al Santuario caminando desde Ourense o desde tierras de Laza en varias ocasiones, muchas más en coche o en autobús, solo o acompañado por multitudes. En familia, con amigos o en tantos eventos de la Iglesia que allí se celebran.

Recuerdo de niño que en mi familia había dos momentos sagrados a lo largo del año –que esperaba casi con tanta emoción como la santa noche de Reyes– y estos eran la Novena a Nuestra Señora de Fátima en el barrio ourensano de O Couto y la Novena a Nuestra Señora de los Milagros en Baños de Molgas. Siempre íbamos en familia, en especial a los Milagros, llevando comida y mantel para después de Misa buscar un trocito de campo en el que seguir disfrutando en familia. El Rosario de Antorchas de la noche del 7 de septiembre –al igual que el de la noche del 13 de mayo– ha marcado año tras año mi vida y mi fe como niño, adolescente y joven, y la sigue marcando ahora como sacerdote. En los Milagros he aprendido a ir balbuceando el Padrenuestro y el Avemaría en las largas colas mientras esperábamos para pasar ante la sagrada imagen de Nuestra Señora. Ver la emoción de mis padres y abuelos al pasar ante la Virgen ha sido la mayor evangelización que he recibido: ¡la fe de los sencillos y su modo de vivirla es un acto misionero que nadie puede arrancar del corazón de un niño!

Fue también ante la imagen de la Virgen de los Milagros donde, lleno de incertidumbre, di mi sí definitivo a Dios de seguirle en la vocación sacerdotal. Seguro que los que acuden estos días a esta Novena me entienden bien: ¡el Santuario de la Virgen es nuestra casa! Cada vez que entro en el Santuario de Nuestra Señora de los Milagros tengo una sensación –seguro que compartida con tantos ourensanos– de entrar en casa, en el hogar, en el lugar donde uno se ha criado y se siente seguro junto a la Madre. Haber celebrado allí el matrimonio de mi hermana el pasado mes de mayo ha sido uno de los momentos más felices de mi vida. Quizás otros no lo entiendan tan bien, pero los cristianos de estas tierras estamos marcados a fuego por esta devoción entrañable a Nuestra Señora de los Milagros.

Consuelo y misericordia

Hace pocos días el Papa Francisco recordaba que los Santuarios marianos son oasis de consuelo y misericordia en medio del mundo. Yo diría que son también oasis de fe y esperanza. Nosotros además sabemos que no es posible ser ourensano y no ser profundamente mariano. ¡Cuántos de nosotros hemos crecido bajo el manto de la Virgen de los Milagros! ¡Cuantos de nosotros acudimos a este Santuario –corazón palpitante de la devoción ourensana– año tras año!

Podemos decirlo así: somos de ese tipo de personas que cada noche del 7 de septiembre nos sale espontáneo echar la mano al Santo Rosario y comenzar a rezarlo para felicitar a nuestra Madre en esa noche santa alumbrada por antorchas, en la víspera de la fiesta de su nacimiento. Somos de esos que nos sentimos cautivados por esa bendita y sencilla imagen de la Virgen. Ella nos hace a Dios más cercano y nos hace sentir miembros de la gran familia que es la Iglesia. ¡Qué orgullo haber recibido esta devoción a la Virgen, qué gozo saber que en momentos de dificultad siempre es posible una visita a su Santuario para recobrar el camino acertado!

Somos de los que hemos crecido escuchando cantar “¡Oh Virgen de los Milagros, de Orense joya preciosa! ¡Intercede por nosotros, Virgen Madre, Virgen Madre Milagrosa!”. Somos de los que nos salta el corazón de emoción indescriptible al escuchar: “¡Viva a Virxe dos Milagres! ¡Viva a nosa naiciña do Monte Medo!”. Somos de esas pocas personas en el mundo que no nos da vergüenza cantar el “cumpleaños feliz” a la Virgen. Somos de los que, cuando un 8 de septiembre nos toca estar lejos de su Santuario –quizás muy lejos–, volvemos la mirada a alguna de esas estampas de Nuestra Señora de los Milagros, que siempre llevamos con nosotros, y no podemos evitar que nos salten las lágrimas, porque mirarla a Ella es mirar nuestra vida, nuestra historia, nuestra familia, nuestro pueblo, nuestra fe, nuestro Dios.

Cada año, desde el 30 de agosto al 8 de septiembre, nos sentimos todos unidos, los de lejos y los de cerca, los que estamos en el Santuario, los que no pueden ir y los que ya están más cerca de la Virgen en el cielo. Estamos unidos porque el calendario de nuestro corazón sabe que en estos días se celebra “la Novena de las Novenas”, días de gracia y devoción.

¡Viva a Virxe dos Milagres! ¡Viva a Santa Nai de Deus!

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