Opinión

Cena de despedida

No recuerdo su nombre, tampoco tuve el gusto de conocerlo, aunque reconozco que su historia me llegó a conmover y de cuando en vez regresa como si la hubiera vivido

Una corta estancia en Albelda de Iregua, típico pueblo riojano de buena huerta y prolijos viñedos, me llevó hasta su casa, una vivienda restaurada en varias plantas y repleta de hermosas antigüedades. Cada pieza, la casa estaba llena de ellas, era un pequeño recorrido por la vida de su propietario, por la pasión de coleccionar objetos que habían pertenecido a otros y que ahora allí moraban como si lo hicieran de toda la vida.

La sobriedad del mobiliario le daba a todo un aire de museo, pero como era verano y la estancia breve, el paseo por todo aquel espacio que había pertenecido a un desconocido le daba al encuentro un punto de misterio añadido.

Nos sentamos a comer, era la hora. La viuda nos obsequió además con alguno de sus caldos preferidos; la bodega, a la que para llegar había que bajar y adentrarse en sus pasadizos de pared excavada en un pequeño viaje no como exento de aventura, estaba llena de caldos de ensueño, algunos con más de medio siglo.

La comida, que por momentos a mí se me planteaba como un sepelio, ni fue triste ni lo contrario, sobra decir que el protagonista fue el antiguo dueño de la casa, alguien a quien, ni yo ni muchos de los presentes habíamos tratado.

Había fallecido a finales del invierno, y para la viuda, ambos vivían en Burgos, la casa donde nos encontrábamos era la casa de veraneo. Enfrentarse a todas aquellas paredes llenas de recuerdos era un ejercicio complicado, más cuando sus hijos se encontraban fuera, aún así, no sé si por los efectos tonificantes del vermouth y los primeros vinos, su semblante no guardaba demasiadas penas, o eso parecía.

Durante la comida llegaría el relato asombroso, aquel señor, sabedor de que sus días estaban contados, reunió una noche a sus mejores amigos para agasajarlos con una cena de despedida. Descorcharon en su honor los mejores caldos, y uno a uno les agradecería lo vivido; a alguno -así es la vida- le cantó las cuarenta.

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