Opinión

El arte de comunicar

Con el objeto de hacer un seguimiento de la evolución de la incidencia que ha provocado el Covid-19 -que aunque suena a competición no deja de ser un acrónimo de la terrible pandemia del coronavirus-, estos días se están asomando a los medios representantes de la Administración, y por ende del Gobierno, para dar cuenta de la actualidad. Cada uno de ellos hace un auténtico ejercicio de comunicación, porque la mayoría de las veces tienen que transmitir una información que necesariamente ha de presentarse en un envoltorio atractivo o, dicho de otra manera, esa información ha de llegar al receptor como un mensaje asumible y entendible, y no siempre los guarismos y los tecnicismos son el instrumento más apropiado para ello. Y además, tienen que preservar la identidad del propio emisor, esto es, que siempre su actuación pública ha de responder a una filosofía o ideología y porque no es lo mismo escuchar a un dirigente “podemita” que a otro socialista, aunque en muchas ocasiones, por ósmosis, se produzca simbiosis.

Lo peor que puede pasar es que cuando desde un estamento oficial se genera información, ésta, en lugar de seguir un proceso de comunicación, se convierte en una fuente de propaganda y ello se debe a la oratoria que esgrime cada representante público en el momento de difundir esas noticias y donde al margen de la referencia pura y dura que siempre producen los guarismos o estadísticas, se incluye una alusión de matiz ideológico que está en consonancia con la cultura programática de la formación a la que representan.

Otras veces, esos procesos de comunicación están trufados de expresiones sacadas de célebres oradores, lo que suele captar siempre un público inteligente. En cualquier caso, se trata siempre de transmitir una información sin adornos. Decía Séneca que “la elocuencia que se dedica a la verdad debe ser sin artificio y simple”. Plutarco, por su parte, en sus “Obras morales”, subrayaba: “Aconsejo huir y evitar aquella teatral y enfática manera de hablar porque es ampulosa y no apropiada para la política”. Por lo general, los autores clásicos han de ser en todo momento una fuente fiable si se quiere esgrimir una pulcra oratoria y escapar de esos manuales perversos que muchos políticos siguen al pie de la letra, aunque muchas veces tampoco saben interpretar sus consignas. Y en unos momentos como los que ahora mismo estamos viviendo, se requiere de nuestros representantes públicos una comunicación sin corsés. De lo contrario, deberían aplicarse el pensamiento de Salomón en “Eclesiastés”: “Tiempo hay de hablar, tiempo hay de callar”.

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