Opinión

La escalada marroquí

Rabat lleva cuatro comunicados seguidos en unos pocos días para añadir tensión a sus relaciones con España. Madrid, por su parte, ha respondido dejando salir sin problemas al líder del Frente Popular de Liberación de Saguia el-Hamra y Río de Oro, más conocido por sus complicadas siglas: Frente Polisario. Al margen del incidente chusco del avión empleado para su regreso a Argelia, es normal que se haya producido esa salida. Vino a España a tratarse de la covid-19, y una vez concluido el tratamiento regresa a casa. ¿Qué pretendía Marruecos? ¿Qué las demandas delirantes interpuestas por entidades financiadas desde Rabat hicieran mella sobre el juez Pedraz? ¿Qué el Ejecutivo, pese a la decisión judicial de no adoptar medidas cautelares, entorpeciera su regreso? Esas cosas y otras peores, donde pasan es en Marruecos. No es que seamos precisamente un país perfecto en materia de respeto al Estado de Derecho, pero desde luego estamos por encima de ese nivel de condicionamiento judicial o de abierta arbitrariedad en las detenciones.

Tal es la cólera de los jerarcas marroquíes en la crisis diplomática con España, que se han disparado un tiro en el pie al reconocer que la abrupta entrada irregular de diez mil personas en España ha sido un acto deliberado y que su causa es la no modificación de la posición española sobre el Sáhara Occidental. Ese reconocimiento es un acto de tal prepotencia que de ninguna manera debe quedar sin respuesta. Es muy lamentable la tibieza extrema que hasta ahora ha mantenido la ministra González Laya, una ministra de perfil bajo hasta el subsuelo, cuya diplomacia de unicornios y buenismo está en las antípodas de lo que hoy necesitamos ante un Marruecos crecidísimo por el respaldo estadounidense. España debe fortalecer de inmediato su presión ante los Estados Unidos, y poner a Washington en la disyuntiva de elegir entre un enfriamiento con nosotros, que somos un socio comercial y político mucho más importante que Marruecos, y que podemos mover a la Unión Europea en la misma dirección, o deslegitimar el reconocimiento ilegal de un presidente en funciones, Donald Trump, respecto a la soberanía del Sáhara Occidental. De la misma manera, España debe exigir de la Unión Europea un respaldo pleno, no ya a la seguridad de nuestras fronteras, sino al cumplimiento de las resoluciones internacionales sobre el territorio. No está de más recordar que el Sáhara Occidental es un territorio en disputa, uno de los diecisiete que aún trata el Comité de los Veinticuatro (órgano de las Naciones Unidas para los procesos de descolonización), y que la potencia administradora es España, por más que España se niegue a asumir ese rol tras haber firmado en 1975 los ilegales Acuerdos de Madrid por los que, sin derecho a hacerlo y sin consultar a los habitantes, entregó la soberanía a los países vecinos. Aquella infamia absoluta, aquel acto de extrema cobardía, debe revertirse ahora por parte española. Es una cuestión de dignidad histórica, pero también de interés práctico. No nos interesa un Marruecos crecido, un Marruecos de doble extensión frente a nuestras islas, un Marruecos que se apropia zonas marítimas próximas a Canarias, un Marruecos que corrige su vicio de emplear el grifo migratorio como arma política y casi de guerra.

España debe mandar un enviado especial de alto nivel a Washington, París y Bruselas, quizá la ministra Robles. España, que perdió la iniciativa en la llamada a consultas de los embajadores, debe subir un peldaño en la escalada para dejarle bien claro a Marruecos que no acepta su juego. España debe exigir a la UE acciones y sanciones contundentes para Rabat, y en todo caso aplicarlas unilateralmente: es preciso internacionalizar el conflicto e implicar en él a nuestros socios y aliados, quieran o no. Y España debe sentarse con Argelia para encontrar una salida definitiva al problema saharaui, con o sin el acompañamiento de la comunidad internacional. Para ello es necesario reequilibrar las fuerzas, y apoyar a Argelia para que a su vez favorezca una mayor fuerza del Frente Polisario es una medida plausible. Más nos vale que Marruecos esté ocupado en el Sur, y que su disputa con los saharauis deje de ser un paseo militar. Y en el terreno diplomático, existen infinidad de opciones y de gestos para ayudar a los saharauis, que falta les hace y nos hace. Qué bien gestionó todo esto Portugal en el caso de su colonia ocupada de Timor Oriental, y qué mal nosotros, cuánta ignominia. Pero toda crisis es una oportunidad, y tenemos ahora la de recuperar dignidad. Pongamos pie en pared, Marruecos no puede salirse con la suya. Ya basta. De esta crisis, o salimos arrancando a Rabat un tratado de reconocimiento absoluto de la soberanía sobre Ceuta y Melilla (podemos dar a cambio los islotes dehabitados y el peñón de Vélez), con participación estadounidense, francesa y europea como garantes, o vamos a estar siempre igual. Es la hora de asfixiar al régimen del sátrapa Mohamed VI, ayudar a su disidencia interna para provocar el avance de las libertades en el país vecino, caminar hacia un fin honorable y justo del problema saharaui y resituar a Marruecos en el papel que le corresponde. Nuestra política exterior no puede estar ni un minuto más bajo la bota marroquí.

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