Opinión

Francia tras la resaca

Tras las elecciones presidenciales francesas, ¿hay motivos para el optimismo o para la preocupación? ¿Basta volver a respirar con normalidad tras la resaca, o esto ha sido un aperitivo envenenado? A mi juicio, las cosas han salido fatal en Francia. Todos los partidarios del marco liberal-democrático de gobernanza política, de centro, de derecha o de izquierda, nos sentimos aliviados en la noche del domingo, pero no porque ganara un presidente francamente mediocre y con algunos episodios autoritarios imperdonables, sino por la derrota de la extrema derecha impulsada por Putin. De haber ganado Le Pen, el desastre habría sido absoluto. El golpe habría sido brutal y ni Francia ni la UE, ni el Occidente que conocemos, habrían podido sobrevivir. Tanto es así que en mi opinión (y sé que puede ser una opinión impopular) ese escenario habría justificado una acción de fuerza en Francia, como habría estado igualmente justificada en 1932-33 ante el acceso del NSDAP, el partido de Hitler, al poder político alemán. Por fortuna no ha hecho falta porque ha imperado el sentido común de una pequeña mayoría de franceses, pero el análisis que hay que realizar a continuación no puede ser optimista. 

Es una tragedia que cuatro de cada diez franceses hayan votado a sabiendas a la candidata de Putin. Es una catástrofe que más de la mitad de los franceses en primera vuelta, y más del 41% en segunda, hayan estado dispuestos a llevar al Elíseo a alguno de los candidatos antidemocráticos, ya fueran los de extrema derecha o los de extrema izquierda. Es aterrador que tantos ciudadanos hayan escogido a una nacionalista extrema, radicalmente xenófoba, contraria a buena parte del corpus de derechos y libertades individuales del Occidente contemporáneo, decidida a someter plenamente la economía al Estado y a embridar la cultura y los valores imperantes en la sociedad. 

Es muy preocupante que Le Pen, aunque ha cosechado la octava derrota electoral de su temible apellido en la política francesa, haya recortado a la mitad la distancia que la separa de la combinación de todos los franceses normales, de liberales a democristianos y de conservadores a socialdemócratas, y a menos de dos meses de unas elecciones legislativas. Es terrible el mensaje que esto envía tanto a los nacionalpopulistas ultraconfesionales como el polaco Morawiecki como a los nacionalpopulistas putinianos como el húngaro Orbán: ha sido pírrica la victoria de su enemigo, que no es en realidad la izquierda sino el marco liberal en su conjunto; y es viable la resistencia en la carrera de fondo. Es significativa la peligrosísima convergencia del electorado de extrema derecha con el de extrema izquierda, que explica gran parte de los votos a Le Pen en la segunda vuelta y que vemos también en España: guiños constantes del sector “azul” de Vox y de su sindicato Solidaridad al anticapitalismo y al intervencionismo económico.

Recordarán los lectores que desde estas mismas páginas alerté en noviembre de la intentona golpista desarticulada precisamente en Francia. El cerebro de la trama, Rémy Daillet-Wiedemann, pretendía atentar contra el presidente de la República e instaurar un régimen totalitario no muy diferente del ruso. Lo preocupante es que no era un loco ni un lobo solitario. Contaba con varios miles de seguidores en todo el país. Por otro lado, en estas elecciones se ha bautizado, con un 7% de los votos en la primera vuelta, una nueva forma de extrema derecha aún más virulenta, la encabezada por Éric Zemmour y apoyada por Marion Maréchal Le Pen, la sobrina de Marine e invitada de honor permanente de Vox y de su fundación, Disenso. Creo que el poder legislativo francés debe adoptar de inmediato una legislación similar a la del resto de Europa para impedir lo que ya ha pasado dos veces seguidas: que un régimen extranjero, enemigo además de la alianza militar y del bloque comercial y político de Francia, pueda irrumpir en el proceso electoral del país comprándose un candidato viable. Además, las fuerzas civilizadas deben hacer un profundo examen de conciencia. 

Los socialistas y los republicanos prácticamente han desaparecido. Todas las fuerzas normales deben ir juntas a la legislativas del 12 de junio y arrasar frente al comunismo y frente al fascismo con un doble cordón sanitario, o podrá hacerse realidad el presagio de Emmanuel Macron el penúltimo día de campaña: “Francia podría caminar hacia la guerra civil”. No se puede permitir. Francia tiene un importante arsenal militar nuclear. Francia es miembro del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Francia es una pieza clave de Occidente y no puede caer en manos de quienes pretenden obligarnos a desandar el camino occidental, como mínimo de las últimas siete décadas desde la posguerra mundial, y seguramente de los últimos dos siglos y medio de inspiración liberal. Es cierto que el marco de gobernanza liberal acusa una fuerte fatiga, pero deberá dar paso en su momento a otro sistema con más libertad individual y económica, nunca con menos. A quien intente lo segundo habrá que combatirlo con fiereza, porque la libertad individual no se toca.

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