Opinión

Negrolegendarios y rosalegendarios

Desde que se publicó en 2016 el extenso y polémico ensayo “Imperiofobia”, de Elvira Roca Barea, se ha generalizado en España un peculiar revisionismo histórico que corre paralelo al auge del nacionalismo centrípeto. No ha sido ajeno a ese nacionalismo, ni tampoco al revisionismo de nuestra Historia, el proceso político catalán, sobre todo desde la consulta no vinculante de 2014. A raíz de los acontecimientos del 1 de octubre de 2017, el furor nacionalista, dormido o muy minoritario en el conjunto de España durante las décadas anteriores, ha resurgido en la sociedad alcanzando niveles inéditos desde antes de la Transición. En “Imperiofobia”, Roca sostiene que los grandes imperios de cada época han recibido una fuerte crítica social en sus propios países y más aún en los otros, crítica que frecuentemente ha sido incentivada por sus enemigos geopolíticos. No parece, francamente, un hallazgo que deba sorprendernos. Esta señora no ha descubierto la rueda: las guerras de desprestigio existen desde la Antigüedad, si no desde los primeros asentamientos tribales humanos. A partir de esa premisa y analizando otros imperios, la autora llega a donde todo buen nacionalista quiere llegar en realidad, que es a salvar de esa crítica a su propia patria o nación soñada e idealizada, achacándola de forma desmedida a la acción vilipendiosa y calumniadora de sus rivales eternos. El libro de Roca se ha convertido en una auténtica biblia histórica de los nacionalistas españoles de nuevo cuño.

Todo movimiento social y político en auge y expansión necesita una emisión constante de mantras, lugares comunes y memes ideológicos, que se reiteran una y otra vez para alimentar la fe de su cuerpo de creyentes y delimitar el frío espacio externo donde se destierra a los nuevos herejes. Uno de los mantras del nuevo nacionalismo español es curioso, porque no suele ser propio de otros nacionalismos equivalentes (no lo vemos habitualmente en otras ex potencias, ni tampoco en los países donde gobierna el nacionalpopulismo de derecha radical, como Hungría o Polonia). Viene a decir algo así como “nuestra nación lleva siglos soportando una calumnia terrible”, y esta convicción cursa con la seguridad de que esa difamación ha hecho mella adicionalmente en la propia sociedad española, generando una fuerte desafección de parte de la misma respecto al mito nacional. El contenedor semántico de toda esa posición es la expresión “leyenda negra”. Siempre se había hablado en España de esa leyenda negra, pero en estos últimos años se ha recuperado y avivado el problema para oponerle con estridencia lo que sólo puede calificarse de una auténtica “leyenda rosa”. Así, con tanto o menos rigor histórico que las posiciones “negrolegendarias”, las “rosalegendarias” se nutren de los mitos propagandísticos de antaño y los rehabilitan hoy añadiendo infinidad de argumentos con pretensión de sesudo rigor académico, y la “biblia” de Roca aporta abundante munición, desmenuzada en memes para el combate cotidiano de los soldados nacionalistas en las redes sociales.

Se nos quiere convencer de que España no perdió su imperio y el tren de la modernidad por los motivos históricos conocidos (entre ellos haberse empeñado en ser el brazo armado de la Iglesia Católica y el principal muro de contención contra los avances de la ciencia, del capitalismo y de la libertad personal), sino que su desgracia vino provocada por una pérfida coalición de intereses extranjeros obsesionados con aniquilarnos. Franco ya había resumido muy bien esa tesis en uno de sus últimos dicursos al denunciar, obviamente sin pruebas, una “conspiración internacional contra España” a la que tiñó de judía y masónica, pero igual podría haber dicho anglosajona, afrancesada o protestante. Se nos dice también que España fue una colonizadora diferente y trató con ejemplar bondad a las sociedades sobre las que se impuso, mientras todos los demás imperios fueron crueles y sanguinarios. En el mejor de los casos, estamos ante una grave exageración, y en el peor ante una mentira. Obviamente, todos podemos aportar cientos de ejemplos concretos a favor o en contra de esa tesis y trazar comparaciones interesadas con las demás potencias coloniales. Pero da igual. El objetivo de la propaganda rosalegendaria no es restaurar la verdad, ni siquiera contrarrestar los excesos negrolegendarios. No es un objetivo relacionado con la Historia ni con su cabal comprensión, sino un objetivo político actual: generar orgullo nacional. Somos un país marcado a fuego por el orgullo colectivo herido. Muy herido. Herido primero por la pérdida de la hegemonía política y de la guerra de religión permanente en la que se nos embarcó, después por la constatación de la superioridad francesa o inglesa y de sus respectivas influencias culturales, luego por la conquista napoleónica y a continuación por la pérdida de las colonias en el cuentagotas del XIX que desembocó en un 1898 trágico hasta la psicosis para ese orgullo. El himno de la Falange ya anunciaba que en España “vuelve a amanecer”. Es el orgullo herido de nuestros nacionalistas el que los mantiene en un sinvivir y en la permanente búsqueda de un amanecer, de un resurgimiento desesperado. De esa rabiosa necesidad psicológica surge ahora esta ola rosalegendaria tan edulcorada y tan trasnochada.

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