Opinión

Los nuevos ultras son obra de Putin

Entre finales de la década del 2000 y los primeros años de la del 2010, algo cambió en la estrategia rusia de hackeo de las sociedades occidentales y de su política. Al principio, esa influencia se había adquirido cooptando a políticos normales. Los casos de connivencia incluyeron a dirigentes de todo el arco parlamentario “mainstream”, desde el conservador François Fillon en Francia al socialdemócrata Gerhard Schroeder en Alemania. Pero es visible la transformación de la estrategia del Kremlin en ese cambio de década, hace ahora unos catorce años. La influencia rusa pasa a ejercerse a través de actores políticos antes marginales, porque el objetivo apenas enmascarado es desestabilizar el propio sistema político occidental. Rusia comienza por entonces a identificar y aupar a personajes como Le Pen o Trump. En Hungría, Orbán acuña términos como “democracia iliberal” y “Estado iliberal”, cuyo núcleo es cancelar todo el avance derivado de la Ilustración. Y junto al apoyo a uno o ambos bandos de muchos enfrentamientos internos de cada país (se habla por ejemplo del Brexit o del procés catalán), Rusia recurre ahora a engordar a la ultraderecha. Así, en el último decenio y pico, casi todos los países occidentales han visto cómo, de repente, viejos o nuevos partidos de extrema derecha se convertían en actores políticos clave, cuando antes nadie daba un duro por ellos.

En España, surge con ímpetu hacia 2018 un partido, Vox, que llevaba cuatro años como proyecto fallido tras su fracaso en las Europeas de 2014, en las que el capital semilla de la banda armada iraní Mojahedin e-Khalk (MeK) no le había bastado para conseguir el escaño en Estrasburgo. Poco se ha investigado el hecho sorprendente de que, en 2018 y 2019, Vox ostente de la noche a la mañana un enorme músculo financiero y sea así capaz de competir con los grandes partidos. El origen de su repentina riqueza bien podría hallarse en la organización extremista religiosa Hazte Oír, conectada con la secta mexicana El Yunque, así como con el factótum ultra Steve Bannon y la Iglesia Ortodoxa Rusa (IOR). Desde la llegada al poder del actual Patriarca Cirilo I, la IOR ejerce una fuerte influencia en el Kremlin. Oligarcas de primera fila como Yakunin y Maloféyev forman parte de la red de organizaciones satélites de la IOR. El hombre de Maloféyev en Madrid es el conocido oligarca Alexei Komov, que aparece en el Registro Mercantil como miembro del consejo de administración de la multinacional de Hazte Oír, CitizenGo. El líder de Hazte Oír, Arsuaga, alardeaba en esos años de cómo su organización podría canalizar fondos de forma discreta al nuevo partido mediante esa empresa de crowdfunding. Cuánto de ese dinero sería producto de campañas de petición de donaciones y cuánto podría ser mera partición de fondos mayores, y de qué procedencia serían éstos, queda a la futura investigación de los periodistas que deseen unir los puntos.

El experto en Rusia Bill Browder ha cifrado el “fondo de reptiles” de Putin para su guerra híbrida, orientada a transformar nuestros países y someterlos a las veleidades de superpotencia de Moscú, en al menos doscientos mil millones de dólares. Es decir, los fondos de que dispone Rusia para hackearnos son casi ilimitados. Pero no todo es Rusia aunque Rusia esté detrás de todo: el discípulo Viktor Orbán es un factor clave de la ecuación ultra. Su multimillonaria dotación para la influencia ideológica (estaría destinando el 1% del PIB del país), a través de entidades como el Danube Institute o el Matthias Corvinus College de Budapest, habría llegado ya, vía España, también a América Latina. Mientras Putin sigue beneficiándose de protectorados soviéticos como Cuba y su colonia venezolana, el cambio en la estrategia general rusa de influencia exterior ha permitido a la ultraderecha española y europea impulsar agentes afines en América Latina. Por supuesto, todo va a beneficio ulterior de Rusia, como se ve de forma especialmente clara en Brasil, donde las dos mitades del país (Lula y Bolsonaro) son radicalmente pro-Putin aunque se odien entre sí. Mientras en Europa el principal argumento de la extrema derecha es la inmigración, en la región latinoamericana es la llamada “batalla cultural” que supuestamente va contra el progresismo, pero en realidad se articula contra todo aquel que no sea ultraconservador en lo moral, hipertradicionalista y nacionalista.

Si Trump gana en el 24 y Le Pen en el 27, si Wilders gobierna nada menos que en Holanda (el país de la libertad moral), si Orbán continúa la terraformación de Hungría en una pequeña Rusia, lo que está en riesgo ahora, y digo “ahora” en términos históricos, es todo el logro del Liberalismo desde sus mismos inicios en el Renacimiento y luego en la Ilustración. La humanidad volvería a su edad más oscura con los nuevos ultras, que son obra de Putin. No puede ser. El futuro debe basarse en los fundamentos del Occidente próspero y libre: el racionalismo en lo filosófico, el capitalismo en la economía y el liberalismo para gobernar las sociedades abiertas de este mundo, que habrá de ser global y cosmopolita.

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