Opinión

Pues sí, Vox, hasta aquí hemos llegado

En su magistral “Por una derecha liberal en España”, Lorenzo Bernaldo de Quirós enarbola la bandera de una derecha opuesta a la que siempre hemos sufrido en nuestro país, ya desde el siglo XIX y con particular virulencia en la primera mitad del XX. Quizá la mejor expresión de esa derecha civilizada, anticolectivista y enraizada en los valores del liberalismo clásico y del capitalismo, podamos personificarla en la figura de don Salvador de Madariaga.

Veinte años antes de que Hitler se hiciera con el poder, aquel intelectual coruñés ya alertaba a todo el mundo, desde la embajada de España en Londres, sobre el peligro extremo que representaba el nacionalismo alemán. Madariaga, una figura clave del antifranquismo que se negó a regresar hasta que en España hubo un sistema de libertades tras la muerte del dictador, fue también, desde su exilio, una de las voces esenciales del anticomunismo europeo de los años cincuenta y sesenta. Cada semana radiaba su columna hablada "General, márchese usted" dirigida a España, y al mismo tiempo participaba en la constitución de la Sociedad Mont Pèlerin junto al futuro Nobel de Economía Friedrich von Hayek, o ejercía como primer presidente de la Internacional Liberal en su congreso constituyente de Oxford. Esas dos instituciones fueron esenciales para erosionar el marxismo y revelar lo que sucedía al otro lado del Telón de Acero, igual que el llamado Contubernio de Múnich, del que fue el principal artífice, resquebrajó los cimientos del régimen franquista y de su proyección exterior. Hoy Salvador de Madariaga se echaría las manos a la cabeza ante Vox, una formación política que encarna todo lo peor de nuestra derecha, todo lo que históricamente la ha distanciado de esa derecha liberal que reivindica Bernaldo de Quirós.

Llevo mucho tiempo "haciendo amigos" al denunciar en Twitter que Vox está compuesto por socialistas de derechas. La expresión original viene de Hayek, que dedicó su excepcional Camino de servidumbre "a los socialistas de todos los partidos". Hay socialistas en la izquierda (los de tipo marxista, los que todos conocemos, los que hoy nos gobiernan) y hay socialistas en la derecha. Benito Mussolini procedía del partido socialista transalpino. El partido único del régimen de Hitler se llamaba "nacional-socialista de los trabajadores", y con toda la razón. El peronismo ha sido simultáneamente de izquierdas y de derechas en lo cultural, pero siempre ha sido socialista en el sentido amplio del término. Nuestra Falange más ortodoxa y las facciones heterodoxas que se fueron desprendiendo, como la Auténtica, son formas no marxistas de socialismo. Vox es un partido socialista. De derechas, pero socialista.

Vox bebe mucho de una fuente peculiar y autóctona: el extraño "materialismo filosófico" del asturiano Gustavo Bueno, con cuyo hijo escribió Santiago Abascal, a dos manos, su libro En defensa de España. De tanto defenderla, la están desgastando. Nada supone una amenaza mayor a su continuidad en el largo plazo que los excesos de esta derecha dura en su supuesta protección, con la reacción que ello obviamente provoca. Hay cariños que matan, y hay federalismos que cosen, que alían, que unen. Los liberales, en todo el mundo, siempre fueron federalistas. Los libertarios también lo somos, porque buscamos la subsidiariedad y porque, mientras haya Estados, cuanto más logremos dividir y controlar las unidades de gobernanza política, mejor.

La moción de teatro protagonizada por Vox no ha sido inútil. Le ha sido utilísima a Pedro Sánchez y a sus socios comunistas. Por eso Sánchez, que pasa por la Carrera de San Jerónimo lo justito, se ha tirado dos días regodeándose en los maravillosos exabruptos del archienemigo que a él le conviene, del villano que, ante los suyos, le encumbra como superhéroe. Qué error y qué ridículo. Y qué zanja ha cavado Abascal entre ellos y el resto de España. Ni uno sólo de los doscientos noventa y ocho escaños del resto de formaciones políticas le ha dado su apoyo. Y si pretendía hundir al PP, le ha dado involuntariamente un balón de oxígeno y ha permitido a Pablo Casado ascender a la categoría de presidenciable. Porque una cosa está clara: nuestra derecha podrá ser en gran medida iliberal, como lamenta Bernaldo de Quirós, pero el nivel de colectivismo, de estatismo y de neofalangismo de Vox es directamente inadmisible. Lo es para Europa, que mira con mucho recelo la presencia de Podemos en el gobierno y tampoco aceptará de buen grado la de Vox. Y lo es para la mayor parte del electorado de centroderecha español. Vox ya se ha quitado careta del todo. En los años treinta la Falange se impuso a la CEDA, pero lo hizo en un contexto de conflagración civil doméstica y de extremo choque ideológico en el contexto internacional. Hoy no hay espacio para sus herederos, y sí lo hay para los de la CEDA o para los de Salvador de Madariaga. 

Vox impostó desde su presentación en sociedad, a primeros de 2014, una posición liberal-conservadora que ya entonces resultaba poco creíble. Con la marcha de Alejo Vidal Quadras y otros dirigentes, y su sustitución por Abascal y sus compañeros de DENAES, como Javier Ortega Smith, se produjo un primer grio hacia la derecha no liberal. Pese a ello, Vox necesitaba crecer en el electorado de centroderecha urbano, ilustrado y pro-libre mercado. Ese electorado representa entre medio millón y un millón de votantes. Vox continuó apelando a ese electorado para alcanzar su primera representación institucional, pero una vez quemada esa etapa, apela ahora a los cinturones obreros y al campo para ampliar su base hasta los millones de votantes necesarios para gobernar en solitario o como miembro realmente influyente de una coalición. Y para ello le sobran los liberales, que le ponen techo a su crecimiento. Y por eso su giro hacia posiciones aún más socialistas en lo económico, hasta el punto de fundar un sindicato, pedir un salario mínimo más alto, exigir aranceles agrarios o criticar que haya capital alemán en una multinacional española, mientras diluye el cheque escolar y descarta el sanitario. Los liberales confundidos que escucharon los cantos de sirena de Vox ya no sirven. Son pocos y lastran a Vox en su crecimiento populista, así que ahora los descarta y se lepeniza.

Abascal salió del hemiciclo vapuleado, pero ideológicamente convertido en Juan Domingo Perón o en José Antonio Primo de Rivera, él sabrá. No fue sólo Pablo Casado, sino todo el liberalismo español -el poco que hay dentro del PP y también el que hay fuera del mismo, el liberalismo más moderado y el más radical, el liberalismo conservador, el social-liberalismo y desde luego el libertarismo-, el que le dijo el otro día a Santiago Abascal, al unísono y con bastante cabreo, que ya está bien, que hasta aquí hemos llegado.

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