Opinión

Lo que pasa en Afganistán sí nos afecta

La nueva ofensiva de las milicias talibanes ha resultado muy exitosa. Los rebeldes yihadistas más fanatizados del mundo han conquistado Herat, una de las mayores ciudades del país, junto a varios núcleos más de población. Su control de amplias zonas del extenso país, su superioridad militar y sus alianzas exteriores parecen condenarnos a ver más pronto que tarde la capitulación del Kabul, la huida de nuestros diplomáticos y la instauración en Afganistán de un régimen teocrático islamista mucho peor que los existentes en el vecino Irán y en cualquier otro país. La pesadilla está a la vuelta de la esquina. Tantos años de esfuerzo de infinidad de occidentales, tanto militares como civiles, ¿para esto? Tanto gasto, tantas víctimas, tanto apoyo a las fuerzas moderadas afganas, ¿para ver cómo uno de nuestros peores enemigos en todo el mundo gana a la postre la partida y establece su reinado de terror en ese sufrido país? No podemos permitirlo.

No podemos por la memoria de las víctimas españolas (más de un centenar), occidentales y sobre todo afganas de esa salvaje secta asesina en armas que son los talibanes. Pero, sobre todo, no podemos por el presente y por el futuro inmediato de la libertad en el mundo. Estamos ante uno de los muchos incendios que nos ha dejado el trumpismo en todo el planeta. Se entiende mejor ahora cómo el presidente “pacifista”, que tanto presumía de no haber iniciado conflictos, en realidad los ha aplazado. En el caso del Estado Islámico, Trump le regaló a Putin el papel de potencia exterior pacificadora. Así, se ha consolidado el protectorado ruso sobre Siria, gestionado por los sátrapas locales del clan Assad, se ha reforzado el papel de Turquía justo cuando tiene un pie fuera del bloque occidental y se ha ninguneado a los kurdos, que son quienes más y mejor han combatido al Daesh. Y se ha fortalecido de nuevo la influencia del régimen teocrático iraní en Oriente Medio, que empieza a dar sus frutos en los últimos ataques terroristas contra Israel. Y en el caso afgano, la administración Trump no ha hecho durante cuatro años nada más que ver cómo la situación se pudría y la conexión entre los talibanes y China se intensificaba. Es difícil creer que Trump haya actuado de buena fe en política exterior, porque nadie, y mucho menos un presidente de los Estados Unidos, puede ser tan absolutamente inútil como para hacerlo todo mal durante cuatro años seguidos y beneficiar a todos los enemigos de Occidente, desde Rusia hasta Irán y desde China a Corea del Norte. Algún día los historiadores explicarán por qué Trump actuó durante toda su presidencia como un vulgar pelele de Rusia.

¿Qué hacemos ahora, dejar vendidos a los afganos prooccidentales, dar por perdido el país? Sería un desastre de proporciones mayúsculas. Afganistán afecta y afectará a Occidente, incluida España. Y mucho. En primer lugar, un régimen talibán consolidado extenderá su influencia ponzoñosa a países vecinos como Uzbekistán y Tayikistán, incendiando a una parte de las amplias mayorías musulmanas y dando al traste con el secularismo heredado de la época soviética y mantenido a duras penas desde la independencia. En segundo lugar, la victoria militar de los talibanes dará alas y esperanza a los combatientes yihadistas en otros lugares del mundo, desde el Sudeste Asiático hasta el Sahel, sin olvidar las zonas de implantación del Daesh, y al margen de las distintas obediencias y posiciones geopolíticas. En tercer lugar, la consolidación de un régimen así será un factor de retroceso en el difícil camino a la normalización del gigante nuclear vecino, Pakistán, al coadyuvar al refuerzo de sus facciones más próximas al ideario yihadista; y será también un regalo para el regimen iraní justo ahora que el relevo en el poder se ha saldado a favor del sector más ortodoxo. Y en cuarto lugar, la derrota del gobierno prooccidental erosiona enormemente la ya maltrecha credibilidad de nuestro bloque geopolítico y de los Estados Unidos, lo que obviamente favorece a Rusia y sobre todo a China, que a través de su pequeña frontera con Afganistán, fuera del control del Estado afganano, ha podido ayudar y quizá armar a los talibanes, hoy más crecidos que nunca. Esto último es inasumible.

En este mundo de intangibles la reputación lo es todo. Bastante la hundió Trump y bastante están jugando con el ratón occidental gatos como Erdogan, Putin, Lukashenko, Kim o Maduro. Biden querrá o no querrá hacerlo, pero está obligado a ello: debe dar un sonoro puñetazo sobre el tablero de Risk de la geopolítica mundial. No basta el eslogan de “America is back”, hay que demostrarlo. Hay que demostrárselo con hechos Putin, por ejemplo respecto a Bielorrusia, y a China tanto en relación con Taiwán y con las disputas marinas como en Afganistán. España debería ser el país europeo más interesado en acompañar a Washington en una respuesta sensata pero contundente. No necesitamos que un Afganistán bajo control talibán revolucione el adoctrinamiento y captación en el resto del planeta, incluida Europa e incluida España. No nos conviene que el ejemplo afgano y el dinero del futuro Estado afgano sirvan para lavar cerebros en Ceuta ni para atentar en Madrid, en París o en Berlín. Los talibanes no están atacando Kabul sino el mundo libre. Nos están atacando a nosotros. Vaya que si nos afecta.

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